A pesar de todo, estoy seguro que el mito de Allende persistirá, como muchas otras ‘mentiras zombies’ de nuestra era
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
Una de las curiosidades que más sorprende en pleno siglo XXI es la persistencia de ciertos mitos y falsedades históricas. En particular cuando las personas escuchan algo por ahí –sobre algún evento o personaje– y se quedan con esa primera y única impresión, sin siquiera molestarse en realizar un rápido “Wikipediazo” para obtener más información y profundizar un poco más en el asunto.
Digo que es raro porque hacemos lo contrario en otras situaciones. Si alguien nos recomienda una película, inmediatamente buscamos en IMDB o Rotten Tomatoes para ver de qué va la trama y si vale la pena ponerla en la lista de pendientes. Lo mismo ocurre con libros, restaurantes, o cualquier otro asunto pedestre.
Pero con personajes o eventos históricos esto no sucede; y entonces vamos campantes por la vida cargando información falsa en nuestra maleta mental.
Y bueno, entiendo que hace algunas décadas resolver un asunto de este carácter era más complicado: quizá involucraba ir a la biblioteca a consultar fuentes o gastar dinero en comprar algún libro. Pero hoy vivimos en una época donde toda la información del mundo se encuentra a nuestro alcance; tan cercana como una simple búsqueda en Google o una pregunta a Chat-GPT.
Todo esto viene a colación por la conmemoración del 50º aniversario del golpe de estado en Chile. En particular, porque este evento se ha colocado en la memoria colectiva como una de las mayores tragedias que han caído sobre América Latina; y como excusa para encumbrar al presidente Salvador Allende (1970-1973) como uno de los héroes y mártires más grandes del continente.
Antes de dar un paso más, es obligatorio esquivar la primera piedra que avientan todos los izquierdistas trasnochados: ¡No! No estoy insinuando que el golpe de Augusto Pinochet deba de ser celebrado; y criticar a Salvador Allende no significa en automático ensalzar a la dictadura chilena. Recuerden: aún cuando Pinochet haya sido un hijo de perra, esto hace a Allende un buen presidente.
Pero volvamos a los mitos. Por alguna extraña razón, las personas han parecido olvidar o no han querido investigar lo que significó realmente el gobierno allendista. Porque contrario a ser un mártir democrático o héroe revolucionario, su gestión fue un absoluto fracaso y su estilo personal de gobernar bastante lamentable. Vamos a los hechos:
Es un hecho que Allende llevó a cabo la expropiación de las principales industrias chilenas, intervino en la mayoría de los bancos; y ocupó y nacionalizó gran parte de las tierras. Es un hecho que para 1973, el Estado chileno controlaba el 80% de las industrias, muchos bancos y el 90% de las tierras agrícolas. Es un hecho que muchas expropiaciones se hicieron sin la debida indemnización
También es un hecho que Allende arruinó a la economía por su intervención a través del control de precios, la impresión indiscriminada de dinero y el incremento del déficit público. También es un hecho que para 1973 la inflación superaba el 600%; que había una escasez de productos básicos y una pauperización generalizada de los servicios públicos. Es un hecho que Allende polarizó a la sociedad, rompió el orden constitucional y sembró las semillas de su fatídico final.
¡Y que conste que nada de esto es secreto! Desenmascarar a Allende no requiere más que una simple búsqueda en Internet y dedicarle 10 minutos al asunto.
A pesar de todo, estoy seguro que el mito de Allende persistirá. Como muchas otras ‘mentiras zombies’ de nuestra era, ésta también seguirá andando como muerto viviendo, buscando consumir los cerebros de las nuevas generaciones.
Al final, ésta es la naturaleza de los mitos mitómanos: persisten aunque los asesinen una y otra vez. Pero tampoco se trata de tirar la toalla, solo de seguir insistiendo en la verdad. Así que quizá me vean de vuelta en estas páginas en el año 2073, volviendo a resaltar las mentiras de Salvador Allende a mis 86 años; sólo que ahora en el marco del centenario del golpe de Estado. ¡Hasta la victoria siempre, camaradas!