Así como ciertos individuos exitosos optan por terminar con su vida, quizá sea posible establecer un paralelismos (en sentido figurado) con las naciones más desarrolladas, las cuales toman decisiones político-electorales tan desafortunadas que inevitablemente llevarán al debilitamiento y decadencia de sus sociedades.
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio”.
- Albert Camus
Los suicidios entre personas consumadas y exitosas resulta paralizante. Para el resto de los mortales, nos pone en claro que una vida de éxitos, fama y dinero no es lo que todos idealizamos; y que obtener más premios o reconocimiento no necesariamente lleva a la felicidad.
Con lo anterior parafraseo las palabras de Andrew Solomon en The New Yorker, escritas tras la muerte del legendario Anthony Bourdain. En su texto, Solomon busca una respuesta al enigma del suicidio entre las personas más destacadas en sus particulares esferas. Naturalmente, no extrañará saber que sobresalen los contextos de vida complicados o padecer de algún problema neurológico grave.
La exposición de Solomon me lleva a cuestionar si este fatídico acto individual no podría tener una proyección más amplia, afectando a una sociedad entera o incluso llegar a los escenarios de la geopolítica.
¿A qué me refiero con esto? De entrada, clarificar que no estoy hablando de suicidios en masa o algo similar. Me refiero que así como ciertos individuos exitosos optan por terminar con su vida, quizá sea posible establecer un paralelismos (en sentido figurado) con las naciones más desarrolladas, las cuales toman decisiones político-electorales tan desafortunadas, desesperadas o nefastas, incluso cuando resulta obvio prever que dichas acciones inevitablemente llevarán al debilitamiento y decadencia de sus sociedades.
¿Qué ocurre entonces? ¿Por qué países como el Reino Unido, Estados Unidos, Israel, Italia, Alemania, Austria, Dinamarca, Holanda, Francia o España abrazan cada día más los ideales radicales o fatalistas de ciertos políticos que ponen en riesgo directo al mismo sistema que los llevó a tener todas las garantías que disfrutan?
De acuerdo con el académico alemán Yascha Mounk, existe entre la juventud europea y norteamericana una evidente pérdida de fe en la democracia. Como indicó en entrevista con The Atlantic: “las personas en Europa y también en Estados Unidos son mucho más propensas que hace 20 años a decir que apoyan ‘a un líder fuerte que no tenga que molestarse con los políticos o las elecciones’”.
Pero esto no es exclusivo de los jóvenes, explica Mounk. En todos los países mencionados, la sociedad no solo está descontenta con sus gobiernos, sino que cada vez está más “encabronada” (pissed off, diría él) con el sistema político en general. Esto vuelve a los ciudadanos más propensos a elegir gobiernos populistas o aceptar políticas públicas radicales que erosionan el funcionamiento de sus democracias, poniendo en peligro su prosperidad económica, y debilitando el Estado de Derecho que les garantiza libertades civiles, políticas y los derechos humanos.
Volvamos a la pregunta central de esta temática: ¿Qué es lo que ocurre entonces?
El primer error sería enfocarnos en la economía. Numerosos estudios han demostrado que el populismo no surgió tras la crisis del 2008, y tampoco que hayan sido los más desafortunados quienes votaron por Donald Trump, optaron por el Brexit o dan cada vez más votos al extremismo de izquierda o derecha en Europa.
Una hipótesis atractiva parece ser la del académico Macario Schettino. Él indica que la respuesta se encuentra en los modelos de comunicación que imperan y definen a la sociedad contemporánea.
¿A que se refiere Schettino? Simplemente que los modelos de comunicación son los que moldean la forma en la que se transmiten la mayoría de las ideas entre un público masivo, haciendo que algunas de estas ideas crezcan y se expandan, mientras otras se marchitan o simplemente se olvidan.
Schettino habla de la muerte de la llamada edad de la razón, sepultada hace mucho tiempo por los medios masivos de comunicación que colocaron las emociones y sensaciones al centro de nuestra comunicación. Pero incluso ahora es este modelo el que se derrumba, siendo sustituido por la transmisión y recepción de ‘información bruta’. “No es que ya no estemos pensando racionalmente, sino que ni siquiera lo hacemos sentimentalmente”, apunta Schettino.
Hoy, la manera en la que recibimos información en el presente nos divide como sociedad. Nos volvemos partes de tribus que aceptan o rechazan visceralmente la información que nos llega “en bruto” a través de redes sociales u otras TIC. “Hemos hecho equiparables todos los sentimientos, de forma que ahora lo único que importa es lo que nos interesa, que es lo que nos hace pertenecer a un grupo, virtual, que junto con centenares de otros impulsa esos intereses en una agenda pública absolutamente inmanejable”, indica el académico.
Andrew Solomon también hace eco de esta idea, al decir que existe un factor subestimado que podría acentuar la decisión por el suicidio: que el discurso público se encuentra hoy dominado por el rencor, el prejuicio, la intolerancia y la agresividad; plasmados diariamente en cientos de titulares de noticias y en miles de comentarios en las redes sociales.
Para un individuo, esto causa una mayor sensación de alienación, depresión, ansiedad, miedo e incertidumbre que lo coloca al límite del abismo. Para una sociedad entera, este tipo de comunicación se convierte en un arma terrible que desgarra el tejido social y corroe al espíritu democrático.
Considerando la extrema polarización que vivimos en nuestras elecciones presidenciales, no estaría de más preguntarnos: ¿Si esto está ocurriendo en los países más desarrollados… qué podríamos esperar en el futuro para nuestro pobre México?
Publicado originalmente en Revista Líder México