5/12/22

LOS DUEÑOS DEL PORNO

¿Quién debe estar a cargo de vigilar el Internet? ¿Quién debe decidir qué clase de “arte” o tipo de “expresión” está permitido compartir en una plataforma? 

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Ahí les va una retadora: ¿Saben ustedes quién controla la industria del porno en internet? 

Quizá su primer instinto sería pensar en algún heredero del extinto Hugh Hefner u otro de esos magnates excéntricos. ¡Nada más lejano de la realidad! “Bueno”, dirán, “seguro se trata de algún empresario desconocido que controla esos grandes sitios de streaming pornográfico”. ¡Pues tampoco! 

Lo curioso es que entre más se piensa en esta cuestión, más nos damos cuenta que nadie conoce mucho de esta gigantesca industria que forma parte intrínseca de nuestras vidas privadas (no se hagan gueyes). Porque claro, todos sabemos quién manda en otras empresas ubicuas en nuestras vidas cotidianas como Tesla, Apple, Microsoft o Meta; pero la realidad es que no tenemos ni idea sobre quién está detrás de esta maquinaria que manipula la lujuria de millones de personas en todo el planeta, aún cuando todos hemos consumido sus productos (nuevamente… no se hagan).

De ahí mi sorpresa de encontrarme con un podcast que apunta al corazón de este enigma: “Hot Money”, realizado por Patricia Nilsson y Alex Barker, ambos periodistas del Financial Times. Durante ocho episodios, esta investigación nos lleva desde California hasta el bajo mundo de Europa Oriental para conocer a los misteriosos individuos detrás del monstruo multimillonario de la pornografía.



Bueno... ¿Y entonces quién controla el porno? Pues la respuesta sencilla sería decirles que existe un conglomerado con sede en Luxemburgo llamado MindGeek, el cual es dueño de los sitios porno más famosos como Pornhub, YouPorn y otros; y que detrás de MindGeek hay un empresario casi desconocido llamado Bernard Bergemar.

Pero esta no sería la historia completa. Porque la realidad es que los verdaderos dueños del porno -o seamos más ambiciosos, ¡Los verdaderos dueños del Internet!- son dos empresas que seguro reconocerán al instante: Visa y Mastercard. 

Porque al final la industria del porno se basa en el cochino dinero; y al igual que cualquier vendedor o influencer en Internet, una plataforma de pornografía necesita tener un sistema de pago para ser redituable. Hoy la enorme mayoría de las transacciones en Internet se realizan con tarjetas de crédito, y éstas son controladas por el duopolio antes mencionado.

De esta manera, Visa y Mastercard se han colocado en el centro no sólo de la industria del porno, sino del debate sobre libertad de expresión y libertad artística. Porque como se explica en “Hot Money”, son los códigos de ética de estas empresas los que terminan por decidir y filtrar el tipo de contenido que alguien puede realizar para poder utilizar su sistema de pagos.

Por ejemplo, Visa y Mastercard han tomado ya decisiones que impactan en los contenidos que pueden ser producidos y exhibidos en los portales porno más famosos. ¿Sexo rudo?, permitido. ¿Sexo donde se involucra alcohol o drogas?, prohibido. ¿Sexo con personas maniatadas? ¡Permitido! ¿Sexo con alguien inconciente? ¡Prohibido! Sobra decir que todo lo explícitamente ilegal no puede ser colocado en Internet si se pretende usar una tarjeta de crédito.

Un caso reciente del poder de estas empresas sucedió con Pornhub, que tras revelarse la existencia de miles de videos de “porno venganza” (donde un usuario sube un video sexual sin autorización de la otra persona) llevó a que se suspendiera la monetización por varias semanas, con pérdidas multimillonarias.

Todo esto nos lleva a la pregunta más importante: ¿Quién debe estar a cargo de vigilar el Internet? ¿Quién debe decidir qué clase de “arte” o tipo de “expresión” está permitido compartir en una plataforma? 

Durante años políticos, activistas y CEOs de numerosas empresas han buscado una respuesta que satisfaga a todos. La realidad es que hoy ya tenemos esta respuesta: quién controle al sucio y cochino dinero tendrá la última palabra.

21/11/22

¿EL FIN DEL FIN DE LA HISTORIA?

Todos los regímenes autoritarios se vuelven ineficientes y terminan por cometer gravísimos errores. En cambio, la democracia liberal es el modelo mejor equipado para sobrevivir las turbulencias sociales, económicas y políticas. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Cuando uno ve el panorama internacional no puede más que palidecer. La democracia liberal, ascendente desde 1990, está hoy contra las cuerdas; y una nueva camada de líderes autoritarios se posicionan como la nueva propuesta para navegar el turbulento siglo XXI. En todas las latitudes vemos el auge del “hombre fuerte” que pretende crear un nuevo orden global a base de la autocracia, la brutalidad y la reducción de libertades. 

Pero en medio de esta crisis, regresa al escenario un viejo campeón del liberalismo para restaurar la esperanza en los hombres de poca fe: Francis Fukuyama, quién publicó en The Atlantic: “Más pruebas de que éste es realmente el Fin de la Historia”.

Si no recuerdan, el concepto del “Fin de la Historia” de Fukuyama es una interpretación libre de las rumiaciones de Hegel, quién ideó este concepto en el siglo XIX para explicar la dialéctica del progreso humano a través de la razón. Fukuyama después argumentó que tras la derrota del marxismo soviético no cabía duda que la democracia liberal era la opción más elevada para la organización social. O sea, que el liberalismo democrático marcaba el Fin de la Historia.

Pero los últimos 30 años fueron muy tercos con Fukuyama, llevando a burlas y acusaciones de arrogancia en su contra. ¿Cómo podemos hablar del “fin de la historia” cuando enfrentamos el auge del nacionalismo, del islamismo político y del terrorismo? ¿Cómo celebrar el triunfo de la democracia con la resiliencia de la teocracia iraní, el neozarismo en Rusia, o el auge del totalitarismo chino y de otros tantos regímenes similares? 


Pero Fukuyama se mantiene firme, reconociendo que aún cuando existe un retroceso democrático, esto no cancela su hipótesis. De hecho, argumenta que la fortaleza que exhiben los regímenes autoritarios es una fachada, y que ninguno de ellos se encuentra en una mejor posición que las democracias.

El caso de Rusia es ilustrativo. Lo que comenzó como una demostración de fuerza imperial se ha convertido en una pesadilla para Vladimir Putin. Su invasión a Ucrania ha develado la crueldad de su régimen, la debilidad de su ejército y la falta de legitimidad hacia su aventura militar. Más de 700,000 rusos han huído del país y hoy Putin es el hazmereir del mundo. 

Lo mismo ocurre en Irán, donde el asesinato de una joven demostró que el régimen teocrático es odiado por la mayoría de la población y hoy pende de alfileres. La población está exhausta de la opresión religiosa, la falta de oportunidades y la brutalidad del régimen. 

Y luego está China, donde la concentración de poder en Xi Jinping ha llevado a toda clase de errores estratégicos: desde los encierros para combatir el covid hasta la masiva intervención estatal en la economía. Todo esto deja a China con su peor crecimiento económico en décadas y serios problemas estructurales y existenciales; donde la propia legitimidad del Partido Comunista comienza a ser cuestionada. ¿Autoritarismo fuerte y eficiente? ¡De ninguna manera!

Como indica Fukuyama, todos los regímenes autoritarios se vuelven ineficientes y terminan por cometer gravísimos errores ya que la toma de decisiones está concentrada en pocas personas. En cambio, la democracia liberal se basa en la distribución de poder y el consentimiento de los gobernados, haciendo a este modelo el mejor equipada para sobrevivir las turbulencias sociales, económicas y políticas. 

Y esta fortaleza del liberalismo se demuestra cada año con millones de personas que votan con sus pies, escapando de países pobres y corruptos para buscar una mejor vida. ¿Cuál es su destino? Nunca una de estas supuestas autocracias poderosas como China, Rusia o Irán; sino siempre algún país del Occidente democrático.

Hasta hoy ningún gobierno autoritario ha logrado presentar a una sociedad que sea -en el largo plazo- más atractiva que las democracias liberales. Pero esto no significa que debamos confiarnos. Quizá conozcamos el camino para llegar al Fin de la Historia, pero no olvidemos que siempre es posible retroceder.

7/11/22

XI JINPING: DIOS EMPERADOR, ÚLTIMO DRAGON

No es ninguna exageración afirmar que Xi es hoy el hombre más poderoso del mundo

Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Con la clausura del XX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh), Xi Jinping se encumbró como el Dios Emperador (Frank Herbert dixit).

Pero desde hace tiempo se veía venir esto. Durante años Xi ha concentrado cada vez más poder en su persona; ha promovido el culto a su personalidad; ha inscrito el “Pensamiento Xi Jinping” en la constitución china; se ha impuesto toda clase de motes rimbombantes (“gran timonel”; “líder del pueblo”) y ha pavimentado su reelección indefinida al eliminar los límites presidenciales. 


Desde su ascenso al máximo círculo de poder en 2012, Xi aplastó la democracia de Hong Kong con una ley de seguridad interior que equipara a la protesta con la traición; estableció campos de concentración (“reeducación” dicen ellos) en la provincia de Xinjiang; implementó un masivo sistema de vigilancia y espionaje en todas las ciudades de su país; y ha detenido la liberalización de la economía, regresando el control del PCCh sobre todos los dominios de la vida pública y privada.

En política exterior, Xi ha adoptado un modelo agresivo de diplomacia coercitiva denominada “Guerreros Lobo”, en referencia a una película de acción popular en aquel país. ¿Qué implica esto? Que China deja de ser un país dispuesto a jugar con las reglas establecidas del orden internacional para buscar un nuevo orden que gire en torno a su órbita. De esta manera, todo país que critique abusos de derechos humanos, derechos laborales o la limitación de libertades se expone a sufrir boicots económicos o amenazas militares. 

Como recientemente escribió el ex primer ministro australiano Kevin Rudd en Foreign Affairs: “Xi ha empujado la política de China hacia la izquierda leninista, la economía hacia la izquierda marxista y la política exterior hacia la derecha nacionalista (...) En resumen, el ascenso de Xi ha significado nada menos que el regreso del Hombre Ideológico”.

Con todo lo anterior, no es ninguna exageración afirmar que Xi es hoy el hombre más poderoso del mundo, liderando a una nación de 1,400 millones de habitantes, con el ejército más grande del mundo, un arsenal nuclear y la segunda fuerza económica a nivel global.

¿Y entonces? ¿Debemos rendirnos ante el Dios Emperador? Para todos los que defendemos a la democracia y el orden liberal, la respuesta debe ser un rotundo “no”.

Es obvio que no se avecinan tiempos fáciles. En este tercer mandato de Xi es muy probable que sigamos viendo las represiones continuas contra la sociedad civil, los medios de comunicación y la religión. También podemos prever que China seguirá expandiendo aún más su influencia por todo el mundo. Ya en su discurso inaugural, Xi  promovió su sistema económico y político como alternativa a Occidente en el mundo; y ha indicado que la reconquista de Taiwán es la prioridad número uno de su agenda.

Pero China también enfrenta serios problemas. El crecimiento económico que rondaba los dos dígitos a inicios de siglo este año caerá a un 4.3%, de acuerdo con el Asian Development Bank. A esto debemos sumar la crisis demográfica que se avecina en las próximas décadas, la altísima deuda de sus bancos nacionales y las inevitables grietas que aparecen al interior de todo régimen autocrático.

Pero principalmente, el mundo comienza a darse cuenta que el modelo que ofrece China es uno fundamentado al interior en la represión, censura y espionaje; y al exterior en la coerción y la violencia. Para algunos países esto será atractivo, pero para la mayoría de las democracias establecidas resultará sumamente repulsivo, lo que promoverá mayor unidad y cooperación como sucede ya con el QUAD (India, Australia, Japón y Estados Unidos).

Como dirían los filósofos clásicos: “¡Así las pinches cosas!” Y ahora que avanzamos hacia un nuevo mundo bipolar repleto de peligros y tensión, sólo queda esperar que México elija el bando correcto en esta nueva Guerra Fría.

24/10/22

EL TRÓPICO DE TRUMP

La elección en Brasil recuerda a lo que vivió Estados Unidos en 2016, donde dos candidatos defectuosos eran considerados similares.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Brasil está al borde del abismo. La elección presidencial a inicios de octubre demostró nuevamente lo inexactas que puedan ser las encuestas y las opiniones de los dizque expertos. El expresidente Lula da Silva no arrasó; el actual mandatario Jair Bolsonaro se refuerza para ganar la segunda vuelta; y lo que ocurra el a finales de este mes determinará no sólo el futuro de la mayor democracia en América Latina (y la cuarta a nivel global), sino del planeta entero. 

La tragedia más inmediata es que -como suele suceder en numerosos procesos electorales- la sociedad brasileña se enfrenta a una disyuntiva entre dos candidatos corruptos, polarizantes y controversiales. Como solemos decir en México: tienen que elegir al menos pior.




Pero así como hasta en los perros hay razas y hasta la basura se separa, debemos de entender que las diferencias entre Lula y Bolsonaro no son menores y que elegir a uno sobre otro tiene consecuencias trascendentales. Veamos:

Lula dirigió Brasil en una época de bonanza debido a los altos precios del petróleo y de las materias primas. Con el viento a favor, su presidencia vio una reducción notable de la pobreza y un alza en los indicadores sociales y económicos. ¿Sus errores? Amiguismo y corrupción. Lula fue señalado en la masiva operación anticorrupción “Lava Jato”, de nexos inconfesables entre Petrobras (la paraestatal petrolera), diversas empresas constructoras y su persona. Al final, fue condenado a 12 años de prisión, una sentencia que fue derogada al poco tiempo por fallas al debido proceso.

Pero Bolsonaro es de otra estirpe y de otro calibre. Este señor no sólo es un misógino y un nostálgico por la cruenta dictadura militar de Brasil, sino que parece dispuesto a hundir a la democracia brasileña en aras de mantenerse en el poder. 

Las señales existen desde hace tiempo. En 2018, antes de ganar su primera elección, comentó que no aceptaría “un resultado electoral que no sea mi propia victoria”. Tres años después, en plena campaña por su reelección,  indicó que “existen aquellos que piensan que pueden quitarme la presidencia (...) A ellos les digo que sólo tengo tres destinos: arresto, muerte o victoria. Y díganle a esos bastardos que nunca seré arrestado (...) sólo Dios puede quitarme de la presidencia”.

Pero esto no es lo peor. Porque aún dejando a la democracia de lado, Bolsonaro representa un peligro para la supervivencia del planeta. Desde que asumió el poder, el ritmo de deforestación en el Amazonas ha incrementado en un 60%, de acuerdo con el analista Jams Bosworth. Sumado a esto, mantiene una relación cercana con el gigantesco sector ganadero y minero, a quienes ha dado carta blanca para deforestar, quemar y destruir enormes zonas de reserva natural. Sumado a lo anterior, Bolsonaro ha eliminado gran parte del presupuesto de las agencias enfocadas en la protección del ecosistema, hostigando a los activistas ambientales e incluso minimizando cuando alguno de ellos es asesinado.

El daño causado al Amazonas no será fácil de revertir incluso si la mismísima Greta Thunberg fuera la presidenta de Brasil. Numerosos expertos ya advierten que estamos muy cerca de un “punto de no retorno”, momento en el cual la devastación será tan profunda que la selva pierde la capacidad de recuperarse. Pero una reelección de Bolsonaro sería el último clavo en este ataúd, llevando al mundo a una verdadera catástrofe ecológica.

La elección en Brasil me recuerda a la que vivió Estados Unidos en 2016, donde dos candidatos defectuosos eran considerados similares. Lula -como Hillary Clinton- quizá traiga consigo amiguismo y corrupción a su presidencia; pero Bolsonaro -al igual que Donald Trump- representa un verdadero peligro para su democracia, para su sociedad y para la civilización humana.

De Trump logramos librarnos en el 2020, esperemos que Brasil haga lo propio con Bolsonaro a finales de este mes. De lo contrario… ¡Que Dios nos agarre confesados!

9/10/22

MÉXICO Y LA URSS: ¿ORIGEN ES DESTINO?

Al final, México y Rusia se vuelven hermanos de un mismo padecimiento: para ciertos países, origen es destino.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú




La muerte de la Reina Isabel II vino a poner el último clavo en el ataúd del siglo XX; el penúltimo, -si no llevan la cuenta- lo había puesto Mikhail Gorbachev cuando murió a finales de agosto. Visto de lejos, el deceso de ambos mandatarios marca el final de dos regímenes que dominaron gran parte del mundo durante los últimos 100 años: el comunismo internacional y el imperialismo británico.

Ríos de tinta se han escrito ya sobre Isabel II: sobre las rabietas del nuevo rey, sobre la supervivencia de la monarquía, sobre el futuro del Reino Unido… Pero una reflexión más jugosa nos ofrece el deceso Gorbachev, que a pesar de recibir decenas de obituarios, no obtuvo toda la atención necesaria porque la Reina Chabela lo alcanzó en el más allá apenas 8 días después. 

En concreto me llama la atención el tema de las oportunidades históricas perdidas. En el caso soviético -quizá por idealismo, quizá por ineptitud- Gorvachev buscó liberalizar el sistema político de su imperio comunista y terminó por causar su implosión. Lo que siguió fue una década turbulenta que sacudió la política de la Federación Rusa y destruyó su economía. 

Dentro de este caos que marcó a la década de 1990, pudimos ver el nacimiento, crecimiento y muerte del proceso democratizador en Rusia, el cual concluyó finalmente con el auge de Vladimir Putin, un autócrata que mantiene un control férreo del poder 22 años después.

Toda proporción guardada, creo que existe un paralelismo con México. Habiendo pasado también 70 años de dictadura (distinta a las siete décadas de autoritarismo soviético, sin duda), aquí en México iniciamos nuestra transición democrática justo cuando Putin ascendía al poder. Muy similar al caso ruso, las ilusiones democráticas para México también fueron desbordadas.

Pero también similar al destino de Rusia, aquí nuestros políticos igualmente malbarataron esta oportunidad histórica. Rápidamente caímos en cuenta que la democracia no era ninguna panacea, sino un proceso caótico al que no estábamos acostumbrados. Los poderes arcaicos (mafias, sindicatos, etcétera) seguían paralizado al país; los partidos políticos se volvieron una clase oligárquica y repartieron el poder entre ellos; el crimen organizado arrasó con miles de vidas y comercios. Y así, a 22 años de la transición democrática, México vuelve gradualmente a su origen centralista y autoritario. 

¿Qué fue lo que ocurrió? Más allá de la ineptitud política que caracterizó a esta etapa democrática, todo parece indicar que nuestra sociedad -al igual que la rusa- simplemente no tenía las bases culturales adecuadas para hacer florecer una democracia liberal. 

Cuando se le pregunta hoy a los mexicanos sobre este tema, parece que transitamos por un momento esquizofrénico. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Cultura Cívica del INEGI (2020) los mexicanos en su mayoría (65.2%) prefieren un gobierno democrático por encima de cualquier otro. Sin embargo, un 31% considera que un gobierno no demorático puede ser mejor o que simplemente les “da lo mismo”. 

A esto sumemos que un 77.5% aceptan de un gobierno “encabezado por un líder político fuerte” (¿Tipo Vladimir Putin?) y un 40.1% aceptaría vivir bajo un régimen encabezado por militares. ¡40 por ciento!

Esto deja en claro que la cultura democrática no logró permear en estas dos décadas. De hecho, sólo el 73.4% de los mexicanos dice saber qué significa la democracia… ¡En pleno siglo XXI! También deja en claro que ante la falta de prosperidad y soluciones, la población regresa a lo que conoce: a un poder centralizado y protector que ponga orden.

Al final, México y Rusia se vuelven hermanos de un mismo padecimiento: para ciertos países, origen es destino. Sólo queda preguntarnos si la Historia nos ofrecerá una segunda oportunidad para democratizar y liberalizar a nuestras sociedades.

25/9/22

LA POTENCIA DESINFLADA

México ha claudicado a tener un lugar en la mesa para resolver asuntos que afectan a nuestra economía.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

El título de esta columna no pretende ser ningún albur. Más bien es una descripción de la flácida realidad que experimenta México en su proyección global y en su manejo de su política internacional, sin duda una de las áreas más ninguneada por el régimen actual. 

Porque igual y con tanta bronca que cargamos no se acuerdan, pero México es hoy la decimoquinta potencia económica mundial. O dicho de otra manera, México es un país con el peso político y económico suficiente para placearse como potencia media en el escenario global; y esto -al menos en la teoría- nos debería motivar a tomar un papel más activo en los acontecimientos geopolíticos. Esto claramente no está sucediendo.

Hoy nuestra agenda internacional reduce a todo el mundo exterior en tres parcelas:  Centroamérica (por los migrantes), Estados Unidos (por el T-MEC y los migrantes) y un puñado de dictaduras latinoamericanas sin importancia internacional (¿por afinidad? ¿por amiguismo?). O sea… somos un país de vecindad.

Nada se dice sobre el conflicto en Ucrania, el calentamiento global, la crisis alimentaria, las políticas económicas globales, o incluso la reconfiguración del poder económico en el Pacífico (del cual formamos parte). ¿Por qué? Porque volvimos a escudar nuestra diplomacia en la arcaica Doctrina Estrada (no intervenir en asuntos de otros países), la máxima de Don Benito (“respeto al derecho ajeno…”) y si nos va bien… en algunas votaciones simbólicas dentro de organismos multilaterales. 




¡Y así no se puede, señores! Esta es la actitud de un país débil e inseguro, no de una potencia regional. Y claro… en el pasado este tipo de actitudes era entendible e incluso necesario. En el siglo XIX, México nació como un país débil y durante 50 años sufrimos diversas amenazas de reconquista, invasiones, pérdida territorial e incluso la imposición de un monarca extranjero. ¡Claro que teníamos una visión paranoica frente al mundo! ¡Todos nos querían chingar!

Ya en el siglo XX cargamos con los platos rotos de la revolución y la subsecuente reconstrucción del país bajo una política de aislamiento y sustitución de importaciones. Y si esta perspectiva cambió radicalmente en 1970 -cuando Luis Echeverría quiso reivindicar al Tercer Mundo- hoy resulta absolutamente urgente seguir dinamizando nuestras relaciones con el resto del mundo e intervenir activamente en la resolución de problemas globales.

Porque una cosa es clara: todo lo que ocurre en este mundo hiperconectado e hiperglobalizado nos afectará de una y otra manera. Simular que esto no es cierto significa claudicar al juego y permitir que otros decidan por nosotros el rumbo de la geopolítica. 

Un caso ejemplar es Ucrania. Para millones de mexicanos, lo que ocurre hoy a 11 mil kilómetros de nuestro país es absolutamente intrascendente, pero todos estamos sufriendo las consecuencias de ese conflicto: alza en los precios del petróleo, mayor inflación, mayores costos de alimentos a nivel mundial, más disrupciones en las cadenas de suministros.

Claro que no abogo por el envío de tropas o algún tipo de intervención bélica, pero simplemente con denunciar el conflicto nos vuelve parte de la conversación alrededor de estos temas. Aquí hemos decidido enterrar nuestra cabeza en la arena. Y así, claudicamos a tener un lugar en la mesa para resolver estos asuntos que afectan a nuestra economía.

Queda claro que no habrá un cambio en nuestra política internacional durante este sexenio. Pero es imperativo retomar la posición y proyección nacional que la decimoquinta potencia requiere. De no hacerlo, el mundo nos dejará fuera de todas las decisiones importantes. Y esa potencia no se recuperará ni con un Cialis.

12/9/22

LA BLASFEMIA MODERNA

¿Qué hubiera ocurrido si Salman Rushdie hubiera publicado Los Versos Satánicos en el 2022?


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

“No tiene sentido; no tiene propósito; no tiene por qué ser respetado como frase. 'Estoy ofendido por eso’. ¡Bueno, y qué chingados importa!".
- Steven Fry

El atentado contra la vida del escritor Salman Rushdie vuelve a poner al radicalismo religioso en el centro del discurso público. En concreto, la brutal intersección entre el fanatismo y la libertad de expresión.

Como bien saben, la trágica odisea de Sir Salman inicia en 1989 con una fatwa del Ayatollah Khomeini en la cual ordena la muerte de Rushdie como respuesta a la publicación de su novela Los Versos Satánicos. O sea, porque el señor Salman cometió una blasfemia. 

Si no tienen la definición a la mano, va la de la RAE. Blasfemia: “palabra o expresión injuriosas contra alguien o algo sagrado”. Y una más por amor a la precisión. Injuria: “Hecho o insulto que ofende a una persona por atentar contra su dignidad, honor, credibilidad, etc”.

Aquí encontramos el meollo del asunto: Sir Salman fue condenado a muerte simplemente por “ofender” con sus palabras. Pero hay que dejar algo en claro: el derecho a no ser ofendido no existe. 

De entrada, porque “ofenderse” es una reacción sumamente subjetiva. Cuando alguien comete una agresión física, el dolor que causa el impacto de un puño es prácticamente universal. Con esto en mente, podemos decretar que está prohibido golpear a alguien. Lo mismo ocurre con el discurso de odio. En muchos lugares existen legislaciones que penalizan un discurso que tiene la intención de violentar, evitando discrecionalidades cuando se toma en cuenta la “intención” de ese lenguaje odioso.

Pero esto no sucede con la ofensa. Lo que es ofensivo para una persona, puede no serlo para otra. Es por eso que en una sociedad liberal existe el derecho a expresar con absoluta libertad cualquier opinión sin temor a represalias, dando por hecho que en este intercambio de opiniones, algunas podrán parecer equivocadas, extrañas o incluso “ofensivas”.

Pero esto es lo bonito del asunto: el respeto a las opiniones ajenas garantiza que cuando tus opiniones sean las que alguien considera “ofensivas”, aún así serán respetadas. 


Todo lo anterior me lleva a una pregunta: ¿Qué hubiera ocurrido si Salman hubiera publicado Los Versos Satánicos en el 2022? La pregunta es relevante porque a finales de los 80s, la opinión pública en Occidente mayoritariamente defendió su derecho a publicar su novela, argumentando que en toda democracia debe prevalecer un respeto a la tolerancia y el derecho a la libertad de expresión. 

Pero hoy vivimos en un mundo hipersensibilizado donde la “ofensa” vuelve a cobrar relevancia, aunque ahora dentro de un marco secular. Lo vemos a diario, donde las “buenas conciencias” cancelan a escritores, académicos, comediantes, actores, políticos, libros y películas cuando emiten alguna opinión impopular u ofensiva.

¿Saldrían ellos a defender a Rushdie como sucedió en 1989? ¿O serían aliados de una teocracia oscurantista, alegando una actitud colonialista de un autor privilegiado y educado en Cambridge que ahora se “apropia” de una cultura ajena para insultarla?

Podría parecer descabellado, pero yo me decanto por la segunda opción. Porque así como siguen perdurando fanatismos religiosos que debieron quedar sepultados; igual existen millones de personas que han traído de vuelta este radicalismo en una versión laica, prefiriendo pisotear tus derechos elementales antes de que “ofendas” la sensibilidad de otro. Estos son los Ayatollahs seculares de hoy emitiendo sus fatwas asesinas contra cualquier blasfemia moderna.

¡De rodillas paganos! 

29/8/22

NO HAY PLANETA B

Los efectos del cambio climático son inevitables, pero nuestras acciones determinarán el nivel de devastación que nos podemos autoinfligir.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Para cuando lean esto, el verano estará a pocas semanas de concluir. ¡Y vaya que ha sido un verano muuuuuy caliente! Pero antes de que piensen cochinadas, quiero aclarar que no hablo de aventuras amorosas o conquistas lujuriosas; pues en mi situación interpersonal actual toda bacanal y todo desenfreno son cosas del pasado. 

A lo que me refiero es a las insólitas temperaturas que experimentamos en todo el planeta durante los últimos meses. Una temporada marcada por incendios históricos, interminables olas de calor, sequías sin precedentes (¡saludos a Monterrey!), deshielo histórico en los polos y decenas de miles de muertes como consecuencia de lo anterior. En pocas palabras: fue algo absolutamente infernal.

A menos de que usted siga viviendo en la absoluta negación, es evidente que los efectos del calentamiento planetario llegaron para quedarse; sus disrupciones son reales; y sus consecuencias en la vida social y económica son palpables. El término en boca de los expertos ya no es “prevención” sino “adaptación”, dejando en claro que nada de lo que hagamos ahora evitará que se eleven las temperaturas globales en el corto plazo.

A pesar de lo distópico de este panorama, tampoco se trata de tirar la toalla. Sí, los efectos del cambio climático son inevitables, pero nuestras acciones determinarán el nivel de devastación que nos podemos autoinfligir. Dicho de otra manera: ya causamos un desmadre, pero no se tiene que convertir en una absoluta catástrofe.

De ahí la bocanada de aire fresco que llegó con la aprobación de la Ley de Reducción de la Inflación por el Congreso de los Estados Unidos. En el centro de esta ley se encuentra la mayor inversión a favor de iniciativas climáticas y desarrollo de energías limpias en la historia de EE.UU. Son $369 mil millones de dólares para subsidiar autos eléctricos y crear un sector eléctrico 100% renovable para 2035, entre otras cosas.


Después de años de negacionismo con Donald Trump, es evidente que EE.UU. (el segundo emisor global de contaminantes) está de vuelta en la carrera climática. Pero un sólo país no puede salvar al planeta. Se requiere que todos los grandes emisores de gases de efecto invernadero participen. Y entonces… ¿Cómo van el resto de los países que importan?  Lo siguiente lo tomo de los analistas de Foreign Policy:

China (primer emisor global): Beijing se está tomando su tiempo para reducir sus emisiones y -de hecho- las continuará aumentando hasta el 2030. El gobierno dice que las reducirá a cero neto total para el 2060, diez años después que la mayoría de las naciones desarrolladas. Aún así, su inversión en energías renovables es por mucho la más alta en el mundo, lo cual vuelve plausible su plan a mediano plazo.

India (cuarto emisor global): Narendra Modi tampoco parece tener prisa, ni mucha claridad de objetivos. El primer ministro de India dijo que su país llegaría a cero emisiones netas en el 2070, pero no ha presentado ningún compromiso formal a la ONU. Según expertos, para lograr su promesa debe invertir ¡12 billones de dólares! en los próximos años. Muy dudoso.

Rusia (quinto emisor global): La supervivencia de Vladimir Putin depende en gran parte de las exportaciones de combustibles fósiles; y con la guerra en Ucrania y sus consecuencias, no tiene planeada una reducción de las ventas. ¿Su estrategia? Que los enormes bosques de Rusia sirvan para compensar sus emisiones. ¿Energías fósiles y plantar árboles? Suena familiar.

Brasil (sexto emisor global): El futuro de Brasil dependerá de la elección presidencial de octubre. Si Jair Bolsonaro se reelige, despídanse del Amazonas. Si gana Lula da Silva, quizá veamos alguna mejora, aunque tampoco es un ecologista consumado.

Esta es la realidad actual: tenemos algo de avances pero también un valemadrismo generalizado. Si no queremos morir achicharrados en los próximos veranos es obvio que necesitamos mayores esfuerzos y la participación del mundo entero.

Recuerden: no hay un Planeta B.

15/8/22

LA REVOLUCIÓN DE LOS FLOJOS

Si antes los derechos se ganaban en las calles, ahora el feminismo se expresaba en un slogan, en un hashtag o en un comentario en redes sociales


Texto por: Juan Pablo Degado Cantú

Ninguna revolución puede realizarse sin ensuciarse las manos. Si no me creen, pregúntenle a Robespierre, Carranza, Mao o Castro. Yo diría que la misma lógica aplica para los cambios sociales menos violentos: si queremos transformar cualquier factor social debemos -por lo menos- salir a las calles para luchar y exigir dichos cambios. 

Esto podría parecer lógico, pero viendo la realidad actual es evidente que no lo es. ¿A qué me refiero? A que hoy estamos experimentando una tendencia sumamente dañina para la sociedad civil. Algo que los gringos se refieren como “slacktivism”, que bien podría traducirse al castellano educado como “activismo de huevones”; o de “flojos” si quieren ser todavía más correctos.

Uno encuentra por lo general este tipo de “activismo” en redes sociales, usualmente en respuesta a algún evento coyuntural. Por ejemplo, cuando Rusia atacó a Ucrania, millones de “activistas” flojos agregaron un emoji de la banderita ucraniana a su perfil de Twitter para mostrar su apoyo al país invadido. O si ocurre un sismo en Haití, nos volcamos a utilizar el hashtag “#RecenPorHaití”. Y así muchos etcéteras. 

Al final, este tipo de “activismo” no funciona para absolutamente nada y no logra ningún cambio sustantivo en la realidad. Les puedo jurar que Vladimir Putin no tendrá una crisis de conciencia tras ver mensajes en Twitter; y los haitianos tampoco tendrán alimento o refugio por obra y gracia de un hashtag.
Pero bueno, aquí no busco criticar de manera gratuita una actitud sangrona de la sociedad. Porque mi verdadero problema con el slacktivism es que éste sí tiene consecuencias graves en la sociedad, en particular cuando millones de personas consideran que -efectivamente- sus acciones en el mundo virtual se traducen en efectos en el mundo real. 



Como caso concreto apuntemos hacia el feminismo en Estados Unidos. Durante décadas las mujeres habían salido a la calle para exigir sus derechos más fundamentales: el derecho al voto, a la independencia económica, al aborto, a la igualdad laboral y salarial…

Pero con la cuarta ola del feminismo (que inició alrededor del 2010) el movimiento feminista cambió de actitud y de tono. De acuerdo con la periodista Susan Faludi, éste fue el momento en el que gran parte del movimiento feminista fue cooptado por las marcas comerciales, por los influencers y por los slacktivistas.

Si antes los derechos se ganaban en las calles, ahora el feminismo se expresaba en un slogan, en un hashtag o en un comentario en redes sociales, dice Faludi. Las superestrellas del pop y las actrices de Hollywood se declaraban abiertas feministas y el mundo las amaba por eso, pero nadie tomaba ninguna acción concreta. Todas las marcas de ropa producían camisas con frases como “El Futuro es Femenino”, pero no se avanzaba ninguna legislación que asegurara ese futuro. El feminismo estaba en todas partes y era abrazado por todos (¡Y qué bueno!), pero nunca de una manera tan superficial… y tan frívola.

En la conciencia pública, las cosas parecían ir bastante bien. De acuerdo con Pew Research, en el año 2020 el 61% de las mujeres estadounidenses decían que “feministsa” era una palabra que las definía; mientras que el 61% de la población total (Pew Research, 2022) aprobaban el aborto. 

Pero al final este tipo de slacktivism no sirvió para mucho. Porque a diferencia del movimiento feminista actual, los conservadores de Estados Unidos no estaban portando camisetas con slogans o retuiteando a sus artistas favoritas. Ellos estaban colocando a jueces, alcaldes, gobernadores y legisladores en posiciones claves, y estaban cambiando las leyes de su país… logrando al final eliminar de un plumazo un derecho que por medio siglo fue fundamental para tantas mujeres.

En otras palabras, los reaccionarios y conservadores ganaron porque se ensuciaron las manos.

1/8/22

GUERRA, HUH, YEAH ¿PARA QUÉ ES BUENA?

En los últimos 70 años, ninguna superpotencia logró ganar definitivamente una guerra. Ahí tenemos el fracaso de Estados Unidos en Vietnam, Afganistán e Irak, pero también sus retiradas humillantes de Somalia y el Líbano. La Unión Soviética también fracasó en Afganistán. Hoy Rusia está fracasando en Ucrania.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Ahí les va una declaración que quedará grabada en mármol para la posteridad: la guerra es una reverenda y absoluta estupidez. ¡Ay goey!

No digo esto desde una óptica pacifista o siquiera ética. Esta observación es meramente pragmática. Hoy en día, la guerra simplemente no paga como antes.

Tomemos el caso de Rusia. A estas alturas del juego creo que es evidente que su invasión a Ucrania ha resultado ser un fracaso. Al momento de escribir esto, estamos terminando el quinto mes de conflicto. Pero aunque Vladimir Putin resulte el ganador y logre quedarse con un pedazo de territorio ucraniano, esto no necesariamente dejará a su país en una posición más fuerte. 

La razón de esto es que los conflictos ya no funcionan como antes. Todos sabemos que por siglos diversos imperios se enriquecieron a través de conquistas y campañas militares. Los Romanos se merendaron al mundo helénico; los españoles a los mexicas, y así un largo etcétera. Pero si revisamos la historia a partir del siglo XX nos daremos cuenta que ningún país que ganó una guerra se enriqueció directamente de la misma. 


Este es un argumento que rescata el economista Paul Krugman en The New York Times. Krugman nos refiere a “La Gran Ilusión”, una obra de 1909 del autor británico Norman Angell, donde se establece que la guerra para ese entonces ya se había vuelto obsoleta. Angell no se refería a que no hubiera futuras guerras (hubiera sido un error garrafal), sino simplemente que los vencedores no podrían obtener ganancias de su victoria, y por lo tanto, la guerra no tenía sentido.

Esto fue evidente con los grandes vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Al finalizar la guerra, Francia y Gran Bretaña quedaron en quiebra y su poder imperial hecho pedazos. Estados Unidos -el gran ganador- tampoco recibió una bonanza por derrotar a Hitler, y en los años subsecuentes vivió una inflación por encima del 20 por ciento.

¿Pero por qué la guerra ya no es redituable? De acuerdo con la teoría de Angell esto se debe a la “interdependencia vital” que existe entre los países; algo que la globalización y la tecnología han profundizado a niveles imposibles de imaginar en 1909.  Porque como bien apunta Krugman, en una economía global es sumamente difícil conquistar a otro país sin afectar la “división de trabajo internacional” y el sistema financiero del mundo. O sea… que una guerra termina por desmadrar la maquinaria económica global, afectando al invasor, al invadido y a todos los espectadores.

Esto lo hemos visto en tiempo real durante los últimos meses. La invasión a Ucrania llevó a una escasez de trigo y petróleo, que incrementó sus precios y que terminó por afectar los niveles de inflación a nivel mundial. En mayo del 2022, el nivel de inflación en Rusia era 17.1% más alto que un año anterior, de acuerdo con cifras oficiales. A esto sumen todos los estragos que la guerra le ha causado al pueblo ruso.

Y conquistar territorio tampoco deja mucha lana. Claro, antes un ejército podía robar tierra y ganado, pero hoy los activos fijos son de distinta índole. Claro que puedes confiscar una fábrica o un complejo industrial, pero Krugman indica que esta confiscación destruye los incentivos y la seguridad que todo trabajador requiere para ser productivos y eficientes. Incluso con todo el territorio que conquistó la Alemania Nazi, la producción que pudo extraer de ellos no llegó a financiar ni del 30% de su maquinaria bélica. 

Se los repito… la guerra no paga como antes; y por si fuera poco, tampoco se ganan. 

En los últimos 70 años, ninguna superpotencia logró ganar definitivamente una guerra. Ahí tenemos el fracaso de Estados Unidos en Vietnam, Afganistán e Irak, pero también sus retiradas humillantes de Somalia y el Líbano. La Unión Soviética también fracasó en Afganistán. Hoy Rusia está fracasando en Ucrania.

Putin dice ser un fanático de la historia, pero al parece le pasó de noche esta lección tan importante.

18/7/22

LIBERTAD: UNA PELÍCULA DE MICHAEL BAY

Creo que todos los defensores del liberalismo debemos mirar con atención lo que ocurre hoy en el Este de Europa. Porque por primera vez en décadas, el conflicto entre Rusia y Ucrania ha permitido el surgimiento de un súper héroe liberal.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Si tienen buena memoria sabrán que en mi columna pasada (“La Soledad Radicalizadora”; Vértigo #1109) les expuse un breve sumario sobre algunas ideas de Hannah Arendt. En particular, sobre cómo el sentimiento de soledad en las sociedades modernas es esencial para el éxito de todo proyecto populista o autocrático.

El argumento era el siguiente: millones de personas viven hoy aisladas de sus vecinos, sus comunidades y de las instituciones. Sus vidas se perciben sin rumbo. Este factor es explotado por el líder autoritario, quien les hace protagonistas de una narrativa épica (recuperar un pasado idílico o llegar a un futuro utópico), lo que otorga sentido a los ciudadanos e incrementa la fuerza del autócrata. 

Y seamos honestos, no es fácil tachar de idiotas a millones de personas que escuchan estos cantos de sirena. Porque en el fondo, la gente quiere sentirse importante. Sentir que forman parte de la Historia (con mayúscula); que son parte de un movimiento que sacudirá al status quo; que sus acciones responden a un gran cambio; que ellos son la vanguardia de una renovación política, social y económica. 

¿Y acaso ofrece esto la narrativa liberal? ¡Ni madres! Y quizá aquí encontramos uno de los principales conflictos entre el liberalismo y el populismo. ¡El liberalismo es muy pinche aburrido! 


Claro que es sumamente loable hablar de la autonomía del individuo, de la libertad y de los derechos. Pero seamos honestos… al final esto termina siendo de flojera. ¿Qué prefieren ustedes? ¿Una cátedra sobre la libertad o una épica que los pone en pie de guerra contra “los enemigos históricos” que buscan negarnos un paraíso perdido? ¡La respuesta es obvia!

Si lo ponemos en términos cinematográficos, el mensaje liberal de hoy parece un libreto para una película de Hallmark, mientras que el populismo trae las explosiones y la acción de un blockbuster de Michael Bay.

¿Qué podemos hacer entonces? La estrategia más práctica e inmediata es hacer a la narrativa liberal más atractiva. Porque mientras los populistas tengan a actores como Donald Trump o Rodrigo Duterte, y nosotros sigamos reclutando a pantuflas viejas como Ursula von der Leyen o Joe Biden, simplemente no hay manera de competir.

¡Pues estamos de suerte! Porque desde las planicies ucranianas llega el héroe del liberalismo que todos estábamos esperando: Volodimir Zelensky. 

No se rían. Creo que todos los defensores del liberalismo debemos mirar con atención lo que ocurre hoy en el Este de Europa. Porque por primera vez en décadas, el conflicto entre Rusia y Ucrania ha permitido el surgimiento de un súper héroe liberal.

No importa si Zelensky les cae gordo. Lo importante es que nadie como él para inyectarle fuerza y vitalidad al proyecto liberal en estos tiempos tan aciagos. Es un líder carismático, un verdadero hombre de acción que lucha contra el imperialismo ruso, y también (de acuerdo con amigas y con Twitter) un pelado bastante guapo.  En pocas palabras: tenemos a un jóven apuesto y gallardo que literalmente está poniendo su vida en riesgo para luchar en favor de la libertad. ¿Querían una buena narrativa para el liberalismo? ¡Qué más pueden pedir! 

La cosa es que esto no puede quedarse en sólo un protagonista. Necesitamos que el liberalismo tenga la misma actitud agresiva y bizarra (en su definición original) para poder competir contra los Erdogans, los Bolsonaros y los Orbans del mundo. 

Pero por algo se empieza y con el libreto que hoy se maneja Zelensky, cualquier película de Michael Bay parece haber sido escrita por un taquero. ¡A comprar boletos!

CODA: Un giro verdadero digno de Hollywood sería que al final del conflicto, Zelesnky se autoproclame “héroe del pueblo” y decida perpetuarse en el poder. ¡Ay nanita!

4/7/22

LA SOLEDAD RADICALIZADORA

La soledad es un factor imposible de ignorar cuando se habla sobre el éxito de los regímenes populistas o autoritarios.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Cuando hablamos de populismo solemos pensar en personas enojadas. Y claro, el líder populista y autoritario es un experto prestidigitador que engaña a la sociedad con baratijas y soluciones rancheras, al tiempo que divide a la población con discursos maniqueos, odios y viejas rencillas. El resultado final es una cacería de brujas liderada por gente bastante encabronada.

Pero si mucho se ha hablado de la rabia de estos movimientos, bastante poco se ha dicho sobre cómo el autoritarismo depende igualmente de la soledad de los ciudadanos. “¡A chinga! ¿Soledad?” -¡Sí lector, la soledad!

Esta es una característica que exploró Hannah Arendt a mediados del siglo pasado en su obra “Los Orígenes del Totalitarismo”. Como explica la periodista Anne Applebaum -autora de una introducción para la nueva edición de la obra- la soledad es un factor imposible de ignorar cuando se habla sobre el éxito de los regímenes populistas o autoritarios.

¿Quiénes son estos solitarios? En pocas palabras, son personas que no tienen lazos fuertes con sus comunidades: no van a la iglesia, no participan en agrupaciones civiles o sociales, no están conectadas con las instituciones, etcétera.

Arendt cree que este tipo de personas son predilectas para ser víctimas de la propaganda autocrática ya que ésta les inculca un sentido de narrativa en sus vidas. Si algo saben hacer los líderes autoritarios es crear historias; y si algo somos incapaces de resistir es encontrar respuestas en estas historias.

Así, el líder autoritario explota el aislamiento que millones de personas sienten en las sociedades modernas. Les plantea una narrativa, les otorga un lugar especial en esta gran épica, los hace sentir parte de una comunidad que comparte la misma historia y valores. Basta con tener protagonistas, antagonistas y un destino;  ya sea el futuro utópico o el regreso al pasado idílico.


¿Es esto lo que está ocurriendo en México? No necesariamente.  De acuerdo con el INEGI (ENBIARE, 2021) los mexicanos siguen demostrando altos niveles de cercanía y confianza con sus familias, amigos y colegas. 

Pero no debemos confiarnos, porque mientras mantenemos la idea de ser una sociedad feliz y amante de la parranda, esta realidad ya comienza a mostrar grietas. De entrada, el mismo INEGI reporta que el balance anímico general se ubica en un promedio de 5.07 puntos en una escala de -10 a +10. O sea… nuestro estado de ánimo como sociedad es algo mediocre.

De igual manera, el Informe Mundial de la Felicidad indica que México cayó 23 puestos en la lista mundial de felicidad en el año 2020. Si en el periodo de 2017-2019 ocupamos el puesto 23, ahora estamos en el 46. No hay duda: ¡Hay problemas en el paraíso!

Y como bien indica Applebaum, si la cuestión de la soledad era preocupante en la época de Arendt, hoy la tecnología sólo ha empeorado la situación; aislando y separando aún más a las personas de sus comunidades. Si antes íbamos al cine, ahora vemos Netflix en la soledad de nuestras casas. Si antes compartimos chismes y noticias con los vecinos, ahora lo hacemos totalmente aislados a través de nuestro teléfono celular. Tan sólo en Estados Unidos, las redes sociales sirvieron para radicalizar a millones de personas solitarias en una narrativa alucinante como QAnon.

¿Qué nos queda por hacer? Pues buscar revertir esta tendencia social tomaría años, y como sabemos, los enemigos de la libertad ya están frente a las puertas. La única solución inmediata que veo es formular nuevas narrativas para que el liberalismo sea igual de atractivo y seductor que el populismo autoritario. De hecho, hoy ya podemos apreciar algo de esto en Europa, pero se los platico en mi próxima columna.

Coda: Hace poco advertí cómo los reaccionarios nunca duermen (Vértigo #1105). Y en efecto, se tardaron 50 años, pero los reaccionarios se fregaron a millones de mujeres estadounidenses. Son días aciagos para la libertad. 

20/6/22

¡AFGANISTÁN YA VALIOMADRISTÁN!

Espero que hayan apreciado este amable recordatorio sobre el sufrimiento que sigue causando el asqueroso régimen Talibán. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


Nadie podría negar que como especie tenemos una severa crisis de atención. En los últimos años hemos sido testigos de numerosos eventos y crisis que monopolizaron nuestra atención sólo para ser descartados y olvidados en cuestión de días o incluso horas. 

C'est la vie. Esta es la naturaleza humana y también la naturaleza misma de las noticias: nos gusta lo nuevo y brilloso, nos gusta la novedad; y lo que hoy es emocionante, mañana es aburrido. ¡Nadie quiere leer el periódico de hace una semana!

Y así hemos pasado los últimos años cambiando de profesiones. Primero fuimos todos epidemiólogos; luego inmunólogos y expertos en vacunas; luego ingenieros expertos en infraestructura del metro; expertos en estrategia militar; expertos en aeropuertos y espacios aéreos; expertos en control de armas; y últimamente, expertos en relaciones maritales con los casos de Johnny Depp y Shakira.

Aún así, creo que esta actitud puede llegar a un extremo cuando está de por medio el sufrimiento de millones de personas. Un caso particular de esto es Afganistán.

Porque incluso desde antes de que Vladimir Putin decidiera invadir Ucrania hace ya más de 100 días (otro evento que rápidamente se esfuma de nuestra atención), el enfoque del público ya se había olvidado del martirio que nuevamente viven los afganos bajo un régimen teocrático y fundamentalista. Claro, todos se rasgaron las vestiduras cuando el Talibán retomó Kabul en agosto del 2021, pero en un santiamén se olvidaron de todo y… ¡a otra cosa, mariposa!

Así que en un intento de reavivar su atención por el tema, pongamos nuestros ojos de nuevo en Afganistán. ¿Cómo van las cosas por allá? Pues en pocas palabras: ¡De la chingada! Veamos…


Crisis económica: El regreso del Talibán significó un colapso absoluto de la economía afgana, la cual dependía en su totalidad del apoyo exterior. Ahora, millones de afganos están desempleados y gran parte de los trabajadores del sector público no han recibido su salario en meses. Por su parte, los gringos decidieron secuestrar las reservas internacionales de Afganistán valuadas en 7,000 millones de dólares, lo que ha contribuido a la implosión del sistema bancario.

Hambruna: De acuerdo Naciones Unidas, casi la mitad de la población (cerca de 20 millones de personas) se encuentra hoy mismo en peligro de sufrir hambruna. De esta población, casi 10 millones son niños y menores de edad. Si esto no los encabrona, nótese que la UNICEF ha reportado que esta situación ha llevado a decenas de miles de familias a vender a sus hijas como esposas o a rentar a sus hijos como trabajadores en condiciones esclavizantes. 

Derechos de mujeres: Como estaba previsto, el Talibán mintió cuando prometió reformas en su política hacia las mujeres. En los meses que lleva en el poder, ha prohibido a las mujeres estudiar más allá del sexto grado; ha vuelto a imponer la burka que cubre por completo el cuerpo de las mujeres; y ha prohibido que las mujeres salgan a la calle sin acompañantes hombres.

¿Ya se escandalizaron nuevamente? ¡Espero que sí! Lo peor aquí es que la situación de Afganistán difícilmente mejorará en el corto plazo. La administración de Joe Biden ha decidido entregar la mitad de las reservas económicas congeladas a las familias afectadas por los ataques del 11-S 2001. Por su parte, el gobierno Talibán sigue sin ser reconocido por la mayoría de los países del mundo, coartando su capacidad para negociar ayuda humanitaria o establecer nuevos tratados comerciales.

Espero que hayan apreciado este amable recordatorio sobre el sufrimiento que sigue causando el asqueroso régimen Talibán. Y claro, entiendo que el mundo sigue girando y la coyuntura evoluciona diariamente. Pero recuerden que un evento no deja de existir simplemente por no estar en los titulares de las noticias.

Dicho lo cual, una cosa es segura: Por ahora, ¡Afganistán ya valiomadristán!

6/6/22

¡LA OBSESIÓN OS HARÁ LIBRES!

Los enemigos de la libertad son sujetos obsesivos; toman su tiempo y organizan sus fichas para atacar en el momento adecuado. Si la misión de estos reaccionarios es restar derechos, trabajarán incansablemente hasta conseguirlo.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú


En el tercera entrega de la saga de Douglas Adams The Hitchhiker's Guide to the Galaxy, los entrañables personajes se encuentran luchando contra la genocida civilización de Krikkit, quienes tras descubrir que existían otras formas de vida en el universo, decidieron que su misión era destruirlas a todas.

En un intercambio sobre cómo salvar al Universo, Ford Prefect -uno de los protagonistas de la obra- comenta sobre la futilidad de combatir a estos enemigos galácticos: "Nosotros no estamos obsesionados con nada. Y ese es el factor decisivo. No podemos ganar contra la obsesión. A ellos les importa, a nosotros no. Ellos ganan."

Creo que hoy nuestra civilización se enfrenta a una situación similar. Ya establecimos en mi columna pasada (“Los Reaccionarios Nunca Duermen”, Vértigo #1005) cómo nuestras libertades nunca están del todo garantizadas; y cómo en cualquier momento -como en el caso del aborto en Estados Unidos- éstas pueden revertirse o eliminarse.

Porque al final del día, muy pocos de nosotros estamos ‘obsesionados’ por mantener nuestras libertades. No es que no nos importen; sino que una vez obtenidas creemos que la batalla está ganada y procedemos a retirar nuestras tropas. Pero los enemigos de la libertad no piensan así. En la mayoría de los casos son sujetos obsesivos; toman su tiempo y organizan sus fichas para atacar en el momento adecuado. Si la misión de estos reaccionarios es restar derechos, trabajarán incansablemente hasta conseguirlo.



Volvamos al caso del aborto en Estados Unidos. La filtración de la Suprema Corte donde se prevé la revocación de Roe v. Wade no fue una ocurrencia del juez Samuel Alito. Más bien es el resultado de décadas de trabajo de fuerzas conservadoras y religiosas, que durante 50 años han buscado la forma de minar y destruir este derecho. 

Para estos reaccionarios la estrategia ha sido clara: secuestrar   poco a poco al Poder Judicial. Bien indica la escritora Margaret Talbot en The New Yorker (“Amy Coney Barrett’s Long Game”), cómo organizaciones como The Federalist Society y otros grupos conservadores han trabajado por años en llenar las cortes federales -incluida la Suprema Corte- con jueces afines a su ideología. 

Donald Trump fue el último eslabón en esta estrategia. Como presidente se dedicó a nombrar jueces que quisieran eliminar a Roe v. Wade, atascando al Poder Judicial con magistrados conservadores y de preferencia jóvenes (para que duren más años). De acuerdo con un análisis de los académicos David Fontana y Micah Schwartzman “los nominados de Trump a las cortes federales de apelaciones fueron los más jóvenes de cualquier presidente al menos desde el inicio del siglo XX”. Si revisamos sus tres nombramientos a la Suprema Corte la situación es similar: Neil Gorsuch (49 años), Brett Kavanaugh (53 años) y Amy Coney Barrett (48 años).

Pero quizá esto les parezca un problema específico de Estados Unidos. Quizá algunos argumenten que en México no hemos llegado a una situación tan extrema, ya que aquí nuestra Suprema Corte ha garantizado el derecho al aborto, al matrimonio igualitario o al consumo de marihuana.

Pero el punto es que nunca estamos a salvo, y las fuerzas reaccionarias se encuentran hoy mismo conspirando para restarnos libertades. Basta con ver la decisión de la ministra Margarita Ríos Farjat, quien argumentando que “ningún derecho es absoluto” nos enjaretó la eliminación del ‘Secreto Bancario’, una de las violaciones más graves a la privacidad e intimidad de todos los mexicanos. Bajo este nuevo paradigma, todas nuestras libertades están ahora en peligro.

Así que debemos aprender en cabeza ajena. Si las libertades están siendo erosionadas en países con una tradición democrática y un Estado de Derecho más sólidos, no queda más que esperar lo peor para México. La complacencia ha demostrado ser una actitud fallida. Los bárbaros ya están ante las puertas y son implacables. 

23/5/22

LOS REACCIONARIOS NUNCA DUERMEN

Así como a las gringas les pueden quitar un derecho que han gozado durante 50 años, lo mismo puede pasar en cualquier país y con cualquier derecho.


Texto: Juan Pablo Delgado Cantú


Seguro que a estas alturas ya todos están enterados del papelazo que aconteció a inicios de mayo en la Suprema Corte de Estados Unidos. Para los despistados, va una breve recapitulación:

El 04 de mayo se filtró el borrador de una opinión del juez Samuel Alito donde pretende anular los dictámenes de Roe v. Wade (1973) y Planned Parenthood v. Casey (1992). Estas resoluciones, respectivamente, son las que legalizan el aborto y colocan límites a la intervención del gobierno sobre las decisiones y el cuerpo de las personas. De acuerdo con el texto de Alito, el aborto simplemente no está protegido por la constitución y por lo tanto, no debería tener una protección jurídica a nivel federal. 

Por ahora el aborto permanece legal en Estados Unidos, ya que la votación final sobre el asunto sucederá seguramente a principios de julio. Pero esta filtración es terrorífica por otras razones, ya que expone cómo ciertos derechos y libertades que muchos creen garantizados en la sociedad, en realidad nunca están completamente seguros.

Y claro que habrá algunos que consideran que este tema es una bronca particular y específica de los gringos; que aquí en México no debemos de preocuparnos. Al final de cuentas, nuestra propia Suprema Corte despenalizó la interrupción del embarazo en septiembre del 2021 (aunque su resolución no asegura que se modificarán las leyes a nivel estatal) y también hemos visto como Colombia y Argentina han legalizado esta práctica.

Pero no debemos enredarnos en el tema del aborto. Porque la temática frente a nosotros es más amplia. Porque así como a las gringas les pueden quitar un derecho que han gozado durante 50 años, lo mismo puede pasar en cualquier país y con cualquier derecho.

Bien lo señala Max Fisher en The New York Times, cuando dice que existe una correlación entre los gobiernos que restringen los derechos de las mujeres y una erosión más amplia de la democracia. Porque claro, restringir los derechos de las mujeres es un síntoma de la erosión generalizada de derechos civiles y políticos que llevan a cabo estos regímenes populistas o iliberales.

¿Y por qué tanta preocupación? Porque en la actualidad son precisamente los regímenes autoritarios o antiliberales los que más están avanzando en el mundo. Basta revisar el reporte de Freedom House sobre el estado de la democracia en el mundo para darse cuenta del tamaño de la bronca. 


De acuerdo con su último reporte publicado en febrero de este año, las libertades a nivel global han sufrido 16 años consecutivos de declive. Durante el 2021, un total de 60 países sufrieron caídas en su calidad democrática, al tiempo que solo 25 mejoraron. Peor aún: sólo el 20 por ciento de la población global vive actualmente en países libres, mientras que ocho de cada 10 personas viven en países no libres o parcialmente libres, la proporción más alta desde 1997. 

Así que no importa la postura que tengas sobre el tema del aborto (un derecho que yo apoyo profundamente, por si a alguien le interesa saber). Porque el problema que ocurre en Estados Unidos es sólo una muestra de cómo los gobiernos alrededor del mundo están eliminando los límites y libertades erigidos entre la vida privada de un individuo y el poder del Estado. 

Pocos lo han plasmado de manera tan clara la problemática que enfrentamos como el comentarista político y cómico John Oliver: “Las libertades nunca están garantizadas; se ganan con esfuerzo pero se pueden perder fácilmente. El progreso requiere una lucha constante y sostenida, al igual que la valentía de las personas que elegimos como líderes”.

Están advertidos: ningún derecho está garantizado. Hoy les tocó a los gringos estar perdiendo un derecho esencial, pero mañana puede tocarnos a nosotros. Sólo nos queda exigir, luchar y nunca bajar la guardia. Recuerden: los enemigos de la libertad nunca duermen.