Si queremos un verdadero cambio en México, debemos repensar nuestra ética, y entender que "ladrón que roba a ladrón" no le corresponden cien años de perdón: ¡Le toca ir a la cárcel por ser otro maldito ladrón!
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
Más allá de la evidente astucia de este capo sinaloense,
me queda claro que el tema central de esta tragicomedia mexicana es la corrupción,
esa corrupción omnipresente que parece invadir todos los rincones de nuestro amado
México.
Algunos dirán que la corrupción forma parte de nuestra condición
humana y que debe ser “domada”; otros culparán su existencia a fuerzas oscuras
que operan desde las sombras del poder; otros, a las profundas fallas
estructurales de nuestro sistema político, social y económico.
Sin embargo, debemos aprovechar estos momentos de
debilidad institucional para realizar una sincera reflexión, y pensar en
nuestra propia esencia como sociedad y como nación. Porque, después de un
escándalo de estas magnitudes, lo más sencillo es voltear hacia arriba –hacia
las cúpulas opacas del poder– y maldecir a ciertos individuos
por su incompetencia. Pero, ¿qué hay de nosotros? ¿Cuál es la máscara que nos define
como sociedad mexicana en este siglo XXI?
Y es que si la corrupción emana solamente de unas cuantas
manzanas podridas que pululan en las altas esferas de la burocracia, pues
entonces bastaría con cambiar (y quizá encarcelar) a los culpables, ¡y problema
resuelto! Pero estoy seguro de que esto no resuelve el problema de fondo. Porque
finalmente, la corrupción es parte, si bien no de nuestra condición humana, sí de nuestra idiosincrasia nacional.
Ahora bien, seguramente la gran mayoría de ustedes son
personas íntegras y honestas. Pero si comenzamos a reflexionar sobre nuestras
acciones diarias, ya sea como trabajadores, empleados, estudiantes, o simplemente
ciudadanos: ¿podríamos decir con toda certeza que la culpa de la corrupción no
es nuestra, y evadir toda responsabilidad en el asunto? O será acaso que todos
alimentamos a este monstruo mexicano de alguna u otra manera, que lo hacemos
crecer con nuestras acciones (u omisiones) cotidianas que consideramos “sí…
quizá algo malas, pero no tan malas”.
Volviendo al tema, me queda claro que dejar escapar a un capo
es algo verdaderamente criminal. Pero creo que este evento ha sido analizado de
manera equivocada. Porque jamás es sólo una sola persona la responsable de un crimen
de estas proporciones: siempre es una cadena de pequeños y breves actos que
pueden considerarse “no tan malos”,
pero que en conjunto terminan por generar eventos de tales magnitudes.
Porque si sobornar a alguien llevara a la total decadencia
de nuestras instituciones nacionales, todos pensaríamos dos veces antes de
cometer una acción con dichas consecuencias. Pero al realizar este pequeño acto,
considerado insignificante para muchos, sí nos transformamos en una pieza más
de ese engranaje que termina por corroer y oxidar a todo nuestro país.
Si queremos un verdadero cambio, debemos entonces repensar
nuestros valores éticos cotidianos, y entender que el ladrón que roba a ladrón
no le corresponden cien años de perdón: ¡Le corresponde ir a la cárcel, por ser otro
maldito ladrón!