21/4/25

LA CORTE DEL REY LOCO

Por más que el rey loco nos pinte panoramas oscuros y alucinantes a diario, la realidad es que durante las últimas tres décadas Estados Unidos ha logrado prosperar de una manera incomparable con otros países del mundo.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú



“Un neurótico construye castillos en el aire, un psicótico los habita y el psicoanalista les cobra alquiler a los dos”.
- Chiste popular


Vamos al grano: ¡Ya me estoy cansando de los moditos de Donald Trump! Porque este señor, en menos de 100 días, ha causado un reverendo desmadre a nivel mundial. El daño hasta el momento es incalculable… pero agárrense, porque todavía nos faltan más de 1,350 días de este congal.

Seamos serios: lo visto en los últimos días es realmente el colmo. Ya no estamos hablando de ocurrencias discursivas o de errores ridículos (como agregar a un periodista a un grupo de Signal donde se discuten planes de guerra). No, no y no… lo que estamos presenciando con el tema de los aranceles es la imagen perfecta de un gobierno incompetente, inepto e ignorante. Es el gobierno de un rey loco rodeado de lambiscones y sicofantes que aplauden cada ocurrencia y cada delirio del monarca enfermo. Es lo que ocurre cuando un gobierno opera a través del caos y el desorden.

Aquí en México vivimos algo similar el sexenio pasado, donde un presidente mesiánico construyó castillos en las nubes y peor aún… ¡después decidió habitarlos! y en el proceso quiso que todo un país se convenciera de la magnífica edificación de estas propiedades imaginarias. Pero el caso de Trump es aún más preocupante. Porque una cosa es destruir a un país mediano como México, y otra muy distinta es tener a un rey delirante al frente del país más poderoso del mundo. Las consecuencias son evidentes: cada una de sus acciones ha causado enormes disrupciones, ya sea en los círculos diplomáticos, en las cadenas comerciales mundiales o en la pérdida de valor empresarial, calculada hasta ahora en billones de dólares.

Lo peor de todo es que nada de esto era necesario. Porque por más que el rey loco nos pinte panoramas oscuros y alucinantes a diario, la realidad es que durante las últimas tres décadas Estados Unidos ha logrado prosperar de una manera incomparable con otros países del mundo.

Como explica Fareed Zakaria en The Washington Post, basta ver que en 2008, la economía de EE.UU. era casi del mismo tamaño que la de la eurozona; ahora, es casi el doble. En 1990, el salario promedio de un gringo era aproximadamente un 20% superior al promedio de otros países industrializados; hoy es un 40% superior. En 1995, un japonés era un 50% más rico que un estadounidense en términos de PIB per cápita; hoy, un gringo es 150% más rico que un japonés. Incluso si comparamos al estado más pobre de la Unión Americana (Misisipi), veremos que tiene un PIB per cápita más alto que el de Gran Bretaña, Francia o Japón.

El problema es que al desmantelar el orden liberal mundial que EE.UU. construyó y protegió durante 80 años, el rey loco está destruyendo la arquitectura que permitió generar estos niveles de prosperidad en su propio país y en muchas otras latitudes del mundo. Una arquitectura que –como les he comentado anteriormente– permitió la mayor creación de riqueza, la mayor disminución de la pobreza, la mayor prosperidad material y el menor número de conflictos en la historia de la humanidad.

Yo sigo sin entender cuál es el juego que Trump persigue; y tomando en cuenta los cambios bruscos que suceden en su administración, también creo imposible hacer cualquier tipo de predicción sobre el rumbo que tomará su gobierno o cual es el destino final. Lo que sí es seguro es que estamos viendo a EE.UU. entrar en una era autocrática, donde –como apuntó Francis Fukuyama en una reciente entrevista– todo cambio en el gobierno ya no pasa por el Congreso sino a través de “una petición al rey”, y en donde “ya estamos en una fase autoritaria, aunque sea a nivel institucional”.

Al final es muy importante recordar una cosa: la próxima vez que alguien les diga que “todos los políticos son iguales”, hagan favor de recordarle que esto es simplemente falso. ¡Siempre hay algunos peores que otros! Y hoy el mundo occidental está siendo liderado por uno de los peores en la historia. 

Faltan todavía más de 1,350 días de esta presidencia. Por ahora, mis queridos gringos: ¡Disfruten lo votado, motherfuckers!

7/4/25

LA GUERRA DE LAS CIVILIZACIONES

Estamos viendo en tiempo real la venganza de Samuel Huntington y la derrota final de Francis Fukuyama.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú



La globalización está muriendo; la Pax Americana se derrumba y la humanidad se adentra en un nuevo mundo desconocido y oscuro. Lo que estamos viviendo hoy es el final del orden internacional que estuvo en vigor por 80 años: una colección de instituciones, acuerdos, alianzas y reglas liberales que permitieron la mayor creación de riqueza, la mayor disminución de la pobreza, la mayor prosperidad material y el menor número de conflictos en la historia de la humanidad.

Si lo piensan un momento, esto no es poca cosa. De hecho, para la mayoría de nosotros, el orden liberal internacional es el único programa que conocemos (con excepción -si acaso- del soviético). Pero hoy Estados Unidos, el gran arquitecto del liberalismo global parece estar agotado o simplemente esquizofrénico. En estos primeros dos meses de la nueva administración de Donald Trump hemos visto tantos cambios en materia geopolítica que se complica nombrarlos todos: abandonar el Acuerdo de París, salir de la OMS, imponer aranceles a sus aliados, reducir el apoyo a Ucrania, amenazar con anexar a Canadá y Groenlandia… y un largo etcétera. 

Pero quizá el más importante ha sido un cambio de mentalidad que apunta al desmantelamiento voluntario del imperio americano que garantizó el orden liberal por ocho décadas. Hoy Trump se dice harto de “subsidiar” a sus aliados y de incurrir en gastos superfluos como la ayuda humanitaria, la promoción de la democracia y el resto del soft power gringo. La dominación por la fuerza y las negociaciones transaccionistas entre potencias es la nueva orden del día.

Lo que estamos presenciando, de acuerdo con el historiador Nils Gilman, es “un momento de reordenamiento en las relaciones internacionales tan significativo como 1989, 1945 o 1919: un acontecimiento generacional”. O como dice en su artículo de Foreign Policy (“Samuel Huntington Is Getting His Revenge”), estamos viendo en tiempo real la venganza de Samuel Huntington y la derrota final de Francis Fukuyama.

Tras la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, la visión que dominó en los altos círculos de los internacionalistas era el proverbial “fin de la historia” que promovía Fukuyama. Armados con esta visión hegeliana, numerosos analistas creyeron en la inevitabilidad de una transición global hacia un modelo marcado por la democracia liberal, los mercados libres y la administración tecnocrática de la política.

Samuel Huntington ofrecía una visión contraria. Para este académico, las antiguas divisiones entre este-oeste y norte-sur también se volverían irrelevantes, pero en vez de llevar al idealismo de una gran integración mundial, la visión realista hungtingtoniana anticipaba un mundo marcado por un conflicto continuo entre distintas “civilizaciones”. 

Como explica el propio Huntington: “La identidad de la civilización será cada vez más importante en el futuro, y el mundo se verá moldeado en gran medida por las interacciones entre siete u ocho grandes civilizaciones. Estas incluyen la occidental, la confuciana, la japonesa, la islámica, la hindú, la eslava-ortodoxa, la latinoamericana y, posiblemente, la africana. Los conflictos más importantes del futuro se producirán en las fracturas culturales que separan a estas civilizaciones.”

Todo parece indicar que, en efecto, estamos transitando hacia el mundo de Huntington. Como explica Gilman “el sueño de un consenso universal a favor de la democracia liberal y un capitalismo global gestionado tecnocráticamente ha muerto, y los enfrentamientos entre civilizaciones están en ascenso casi en todas partes, desde Moscú y Pekín hasta Delhi y Estambul, y ahora en Washington, D.C.”

La pregunta relevante para nosotros es qué papel jugará México en esta guerra de civilizaciones. Y más grave todavía: ¿Estarán siquiera conscientes y entenderán nuestros gobernantes el cisma geopolítico al que se enfrentan? Ante esta última pregunta, yo no guardo grandes expectativas.