10/4/23

LA ESTUPIDEZ IMPERIAL

La estupidez humana es una de las fuerzas más importantes en la historia. 


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Ahora que traemos en boga el tema de la estupidez (vean mi columna antepasada), dejen que les comparta una frase que me encontré por ahí: “La estupidez humana es una de las fuerzas más importantes en la historia”. 

¿Nada mal, verdad? Esta frase es de Yuval Noah Harari, quien la propone en un reciente artículo de The Atlantic titulado El Fin de la Nueva Paz. Y claro, basta ver lo que ocurre hoy en Europa del Este para darnos cuenta que la estupidez, la ceguera o la megalomanía de una sola persona pueden causar cismas geopolíticos y una enorme cantidad de sufrimiento humano.

Sin embargo, en su texto Harari nos invita a ver más allá de la coyuntura bélica actual para percatarnos que la guerra no debe ser considerada una presencia inevitable y natural en los asuntos humanos. Más bien, debemos considerar los conflictos armados cómo una herramienta cada día más obsoleta, a pesar de lo que nuestros instintos (y el news cycle) nos parezcan indicar. 

Consideremos primero que en las últimas décadas las guerras han cobrado muchas menos vidas que los suicidios, los accidentes de carretera o las enfermedades causadas por la obesidad. Harari indica que en 2019, cerca de 70,000 personas murieron en conflictos armados en el mundo, mientras que 700,000 se suicidaron, más de un millón murieron en accidentes de automóvil; y un millón y medio por diabetes.

Otro factor clave es el cambio semántico del concepto de “paz”. Por miles de años “paz” ha significado simplemente “la ausencia de la guerra”: breves periodos donde los reyes o emperadores decidían tomarse un descanso de invadir a su vecino para robarle territorio o recursos. Hoy la vida no funciona así, y para Harari el concepto de paz se ha transformado para significar “la imposibilidad de una guerra”.

Y claro, cuando esperabas que tu vecino te invadiera en cualquier momento para robarte tus recursos, haces todo lo posible para defenderte. Esto llevó a que durante milenios, la organización económica, política y social de cualquier Estado estuviera enfocada en la expectativa de algún conflicto inminente. 

Basta revisar los presupuestos de cualquier imperio, país o reino para ver cómo el gasto militar era su absoluta prioridad. Por ejemplo, el Imperio romano gastaba más del 50% de su presupuesto en su ejército; el Imperio Británico un 75 por ciento. Pero en el siglo XXI el promedio de gasto militar a nivel global es de 6.5%, con Estados Unidos apenas llegando al 11 por ciento. ¿En qué gastan ahora los gobiernos? En educación, salud, pensiones…


La pregunta clave es cómo logramos esta Nueva Paz. Harari ofrece tres razones:

1. Tecnología: El armamento nuclear incrementó el costo de la guerra, en particular entre grandes potencias. Iniciar un conflicto armado ahora es algo suicida.

2. Ganancias: Las guerras ya no pagan. Antes podías invadir y saquear los recursos naturales de tu vecino. Hoy la economía global se basa en el conocimiento, un commodity que no puede sustraerse a través de una invasión.

3. Cultura: La cultura en torno a la guerra también ha cambiado. Si antes se glorificaba e inmortalizaba, hoy la cultura se enfoca en exponer los horrores que causa. A esto hay que sumarle el espíritu de cooperación internacional que surgió a mediados del siglo pasado.

A pesar de estar viviendo en la era de la Nueva Paz, es obvio que no estamos a salvo. Putin se encargó de recordarnos esto. Hoy más que en cualquier momento de la historia reciente, el orden mundial internacional que permitió esta etapa incomparable en la historia humana está bajo asedio. 

¿Y entonces, qué terminará ocurriendo? Como bien indica Harari, la historia no es determinística. Tanto la guerra como la paz son decisiones humanas. El mayor problema es que la paz requiere de un trabajo organizado y a largo plazo para blindar las instituciones y normas universales. En cambio, una guerra puede detonarse en cualquier momento por la decisión de un solitario y estúpido individuo. ¡Así las cosas!