No es ninguna exageración afirmar que Xi es hoy el hombre más poderoso del mundo
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
Con la clausura del XX Congreso del Partido Comunista de China (PCCh), Xi Jinping se encumbró como el Dios Emperador (Frank Herbert dixit).
Pero desde hace tiempo se veía venir esto. Durante años Xi ha concentrado cada vez más poder en su persona; ha promovido el culto a su personalidad; ha inscrito el “Pensamiento Xi Jinping” en la constitución china; se ha impuesto toda clase de motes rimbombantes (“gran timonel”; “líder del pueblo”) y ha pavimentado su reelección indefinida al eliminar los límites presidenciales.
Desde su ascenso al máximo círculo de poder en 2012, Xi aplastó la democracia de Hong Kong con una ley de seguridad interior que equipara a la protesta con la traición; estableció campos de concentración (“reeducación” dicen ellos) en la provincia de Xinjiang; implementó un masivo sistema de vigilancia y espionaje en todas las ciudades de su país; y ha detenido la liberalización de la economía, regresando el control del PCCh sobre todos los dominios de la vida pública y privada.
En política exterior, Xi ha adoptado un modelo agresivo de diplomacia coercitiva denominada “Guerreros Lobo”, en referencia a una película de acción popular en aquel país. ¿Qué implica esto? Que China deja de ser un país dispuesto a jugar con las reglas establecidas del orden internacional para buscar un nuevo orden que gire en torno a su órbita. De esta manera, todo país que critique abusos de derechos humanos, derechos laborales o la limitación de libertades se expone a sufrir boicots económicos o amenazas militares.
Como recientemente escribió el ex primer ministro australiano Kevin Rudd en Foreign Affairs: “Xi ha empujado la política de China hacia la izquierda leninista, la economía hacia la izquierda marxista y la política exterior hacia la derecha nacionalista (...) En resumen, el ascenso de Xi ha significado nada menos que el regreso del Hombre Ideológico”.
Con todo lo anterior, no es ninguna exageración afirmar que Xi es hoy el hombre más poderoso del mundo, liderando a una nación de 1,400 millones de habitantes, con el ejército más grande del mundo, un arsenal nuclear y la segunda fuerza económica a nivel global.
¿Y entonces? ¿Debemos rendirnos ante el Dios Emperador? Para todos los que defendemos a la democracia y el orden liberal, la respuesta debe ser un rotundo “no”.
Es obvio que no se avecinan tiempos fáciles. En este tercer mandato de Xi es muy probable que sigamos viendo las represiones continuas contra la sociedad civil, los medios de comunicación y la religión. También podemos prever que China seguirá expandiendo aún más su influencia por todo el mundo. Ya en su discurso inaugural, Xi promovió su sistema económico y político como alternativa a Occidente en el mundo; y ha indicado que la reconquista de Taiwán es la prioridad número uno de su agenda.
Pero China también enfrenta serios problemas. El crecimiento económico que rondaba los dos dígitos a inicios de siglo este año caerá a un 4.3%, de acuerdo con el Asian Development Bank. A esto debemos sumar la crisis demográfica que se avecina en las próximas décadas, la altísima deuda de sus bancos nacionales y las inevitables grietas que aparecen al interior de todo régimen autocrático.
Pero principalmente, el mundo comienza a darse cuenta que el modelo que ofrece China es uno fundamentado al interior en la represión, censura y espionaje; y al exterior en la coerción y la violencia. Para algunos países esto será atractivo, pero para la mayoría de las democracias establecidas resultará sumamente repulsivo, lo que promoverá mayor unidad y cooperación como sucede ya con el QUAD (India, Australia, Japón y Estados Unidos).
Como dirían los filósofos clásicos: “¡Así las pinches cosas!” Y ahora que avanzamos hacia un nuevo mundo bipolar repleto de peligros y tensión, sólo queda esperar que México elija el bando correcto en esta nueva Guerra Fría.