18/7/22

LIBERTAD: UNA PELÍCULA DE MICHAEL BAY

Creo que todos los defensores del liberalismo debemos mirar con atención lo que ocurre hoy en el Este de Europa. Porque por primera vez en décadas, el conflicto entre Rusia y Ucrania ha permitido el surgimiento de un súper héroe liberal.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Si tienen buena memoria sabrán que en mi columna pasada (“La Soledad Radicalizadora”; Vértigo #1109) les expuse un breve sumario sobre algunas ideas de Hannah Arendt. En particular, sobre cómo el sentimiento de soledad en las sociedades modernas es esencial para el éxito de todo proyecto populista o autocrático.

El argumento era el siguiente: millones de personas viven hoy aisladas de sus vecinos, sus comunidades y de las instituciones. Sus vidas se perciben sin rumbo. Este factor es explotado por el líder autoritario, quien les hace protagonistas de una narrativa épica (recuperar un pasado idílico o llegar a un futuro utópico), lo que otorga sentido a los ciudadanos e incrementa la fuerza del autócrata. 

Y seamos honestos, no es fácil tachar de idiotas a millones de personas que escuchan estos cantos de sirena. Porque en el fondo, la gente quiere sentirse importante. Sentir que forman parte de la Historia (con mayúscula); que son parte de un movimiento que sacudirá al status quo; que sus acciones responden a un gran cambio; que ellos son la vanguardia de una renovación política, social y económica. 

¿Y acaso ofrece esto la narrativa liberal? ¡Ni madres! Y quizá aquí encontramos uno de los principales conflictos entre el liberalismo y el populismo. ¡El liberalismo es muy pinche aburrido! 


Claro que es sumamente loable hablar de la autonomía del individuo, de la libertad y de los derechos. Pero seamos honestos… al final esto termina siendo de flojera. ¿Qué prefieren ustedes? ¿Una cátedra sobre la libertad o una épica que los pone en pie de guerra contra “los enemigos históricos” que buscan negarnos un paraíso perdido? ¡La respuesta es obvia!

Si lo ponemos en términos cinematográficos, el mensaje liberal de hoy parece un libreto para una película de Hallmark, mientras que el populismo trae las explosiones y la acción de un blockbuster de Michael Bay.

¿Qué podemos hacer entonces? La estrategia más práctica e inmediata es hacer a la narrativa liberal más atractiva. Porque mientras los populistas tengan a actores como Donald Trump o Rodrigo Duterte, y nosotros sigamos reclutando a pantuflas viejas como Ursula von der Leyen o Joe Biden, simplemente no hay manera de competir.

¡Pues estamos de suerte! Porque desde las planicies ucranianas llega el héroe del liberalismo que todos estábamos esperando: Volodimir Zelensky. 

No se rían. Creo que todos los defensores del liberalismo debemos mirar con atención lo que ocurre hoy en el Este de Europa. Porque por primera vez en décadas, el conflicto entre Rusia y Ucrania ha permitido el surgimiento de un súper héroe liberal.

No importa si Zelensky les cae gordo. Lo importante es que nadie como él para inyectarle fuerza y vitalidad al proyecto liberal en estos tiempos tan aciagos. Es un líder carismático, un verdadero hombre de acción que lucha contra el imperialismo ruso, y también (de acuerdo con amigas y con Twitter) un pelado bastante guapo.  En pocas palabras: tenemos a un jóven apuesto y gallardo que literalmente está poniendo su vida en riesgo para luchar en favor de la libertad. ¿Querían una buena narrativa para el liberalismo? ¡Qué más pueden pedir! 

La cosa es que esto no puede quedarse en sólo un protagonista. Necesitamos que el liberalismo tenga la misma actitud agresiva y bizarra (en su definición original) para poder competir contra los Erdogans, los Bolsonaros y los Orbans del mundo. 

Pero por algo se empieza y con el libreto que hoy se maneja Zelensky, cualquier película de Michael Bay parece haber sido escrita por un taquero. ¡A comprar boletos!

CODA: Un giro verdadero digno de Hollywood sería que al final del conflicto, Zelesnky se autoproclame “héroe del pueblo” y decida perpetuarse en el poder. ¡Ay nanita!

4/7/22

LA SOLEDAD RADICALIZADORA

La soledad es un factor imposible de ignorar cuando se habla sobre el éxito de los regímenes populistas o autoritarios.


Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú

Cuando hablamos de populismo solemos pensar en personas enojadas. Y claro, el líder populista y autoritario es un experto prestidigitador que engaña a la sociedad con baratijas y soluciones rancheras, al tiempo que divide a la población con discursos maniqueos, odios y viejas rencillas. El resultado final es una cacería de brujas liderada por gente bastante encabronada.

Pero si mucho se ha hablado de la rabia de estos movimientos, bastante poco se ha dicho sobre cómo el autoritarismo depende igualmente de la soledad de los ciudadanos. “¡A chinga! ¿Soledad?” -¡Sí lector, la soledad!

Esta es una característica que exploró Hannah Arendt a mediados del siglo pasado en su obra “Los Orígenes del Totalitarismo”. Como explica la periodista Anne Applebaum -autora de una introducción para la nueva edición de la obra- la soledad es un factor imposible de ignorar cuando se habla sobre el éxito de los regímenes populistas o autoritarios.

¿Quiénes son estos solitarios? En pocas palabras, son personas que no tienen lazos fuertes con sus comunidades: no van a la iglesia, no participan en agrupaciones civiles o sociales, no están conectadas con las instituciones, etcétera.

Arendt cree que este tipo de personas son predilectas para ser víctimas de la propaganda autocrática ya que ésta les inculca un sentido de narrativa en sus vidas. Si algo saben hacer los líderes autoritarios es crear historias; y si algo somos incapaces de resistir es encontrar respuestas en estas historias.

Así, el líder autoritario explota el aislamiento que millones de personas sienten en las sociedades modernas. Les plantea una narrativa, les otorga un lugar especial en esta gran épica, los hace sentir parte de una comunidad que comparte la misma historia y valores. Basta con tener protagonistas, antagonistas y un destino;  ya sea el futuro utópico o el regreso al pasado idílico.


¿Es esto lo que está ocurriendo en México? No necesariamente.  De acuerdo con el INEGI (ENBIARE, 2021) los mexicanos siguen demostrando altos niveles de cercanía y confianza con sus familias, amigos y colegas. 

Pero no debemos confiarnos, porque mientras mantenemos la idea de ser una sociedad feliz y amante de la parranda, esta realidad ya comienza a mostrar grietas. De entrada, el mismo INEGI reporta que el balance anímico general se ubica en un promedio de 5.07 puntos en una escala de -10 a +10. O sea… nuestro estado de ánimo como sociedad es algo mediocre.

De igual manera, el Informe Mundial de la Felicidad indica que México cayó 23 puestos en la lista mundial de felicidad en el año 2020. Si en el periodo de 2017-2019 ocupamos el puesto 23, ahora estamos en el 46. No hay duda: ¡Hay problemas en el paraíso!

Y como bien indica Applebaum, si la cuestión de la soledad era preocupante en la época de Arendt, hoy la tecnología sólo ha empeorado la situación; aislando y separando aún más a las personas de sus comunidades. Si antes íbamos al cine, ahora vemos Netflix en la soledad de nuestras casas. Si antes compartimos chismes y noticias con los vecinos, ahora lo hacemos totalmente aislados a través de nuestro teléfono celular. Tan sólo en Estados Unidos, las redes sociales sirvieron para radicalizar a millones de personas solitarias en una narrativa alucinante como QAnon.

¿Qué nos queda por hacer? Pues buscar revertir esta tendencia social tomaría años, y como sabemos, los enemigos de la libertad ya están frente a las puertas. La única solución inmediata que veo es formular nuevas narrativas para que el liberalismo sea igual de atractivo y seductor que el populismo autoritario. De hecho, hoy ya podemos apreciar algo de esto en Europa, pero se los platico en mi próxima columna.

Coda: Hace poco advertí cómo los reaccionarios nunca duermen (Vértigo #1105). Y en efecto, se tardaron 50 años, pero los reaccionarios se fregaron a millones de mujeres estadounidenses. Son días aciagos para la libertad.