Numerosos analistas han apuntado que la historia está llena de momentos oscuros donde la población aterrada corre a buscar el manto protector del Estado. Para los gobernantes, estas crisis llegan “como anillo al dedo” y utilizan la oportunidad para aumentar su poder y eliminar las libertades políticas de una ciudadanía temerosa.
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
Ahora que están encerrados en cuarentena, les voy a pedir que sumen a su lista de preocupaciones un artículo más: ¿Se acuerdan que el COVID-19 ya destruyó a la economía global? Bueno… pues agréguenle a eso la destrucción del orden democrático en el mundo.
Numerosos analistas han apuntado que la historia está llena de momentos oscuros donde la población aterrada corre a buscar el manto protector del Estado. Para los gobernantes, estas crisis llegan “como anillo al dedo” y utilizan la oportunidad para aumentar su poder y eliminar las libertades políticas de una ciudadanía temerosa.
Pues la crisis actual no es excepción a la regla. Alrededor del mundo, numerosos gobiernos han utilizado al virus como catalizador para centralizar el poder, reprimir derechos humanos y avanzar en el camino del autoritarismo.
Poco menos podríamos esperar de gobiernos que ya mostraban inclinaciones para el autoritarismo. Sea Hong Kong, India, Rusia, Turquía, Tailandia o diversas monarquías árabes, los gobiernos de estos lugares han tomado a la epidemia como excusa perfecta para arrestar disidentes, reprimir a periodistas, prohibir grandes reuniones públicas, o decretar nuevas leyes para reprimir cualquier intento de protesta social.
Pero esto también se manifiesta en regímenes considerados democráticos. En Bolivia, el gobierno interino de Jeanine Áñez ha decidido posponer las elecciones presidenciales programadas para mayo. Áñez llegó al poder tras el fraude electoral y exilio de Evo Morales, y ahora todo indica que su intención real es permanecer en el poder y usar al coronavirus como pretexto para torcer las reglas democráticas y perseguir a la oposición.
Otro caso delicado es Israel. Por décadas una democracia vibrante, en los últimos años ha caído en las garras chauvinistas del primer ministro Benjamin “Bibi” Netanyahu. Bibi ahora está acusado de corrupción, pero aprovechó la pandemia para aplazar su juicio penal y retrasar la formación de un gobierno funcional, impidiendo así que el parlamento recién electo pueda aprobar una ley que evitaría -qué casualidad- que un político acusado de corrupción -como Netanyahu- pueda ser primer ministro.
Nadie ha mostrado mayor cinismo por las reglas democráticas como Hungría. Ahí, el tiranillo Viktor Orbán utilizó la turbulencia del COVID-19 para pasar una serie de reformas constitucionales que le otorgan poderes dictatoriales y la capacidad para gobernar por decreto. Con las nuevas reglas, Orbán puede ignorar las leyes a voluntad y ha penalizado con cinco años de cárcel la difusión de información falsa (dejando a discreción personal qué es verdad y qué es fake news). Lo peor es que su extensión de poderes no tiene fecha de caducidad. Sin temor a equivocarme, puedo decir que estamos presenciando el nacimiento de una verdadera dictadura en el corazón de la Unión Europea.
En México apenas iniciamos con las medidas de emergencia, las cuales nos han dicho se tomarán con respeto a los derechos humanos. Lo que sigue es asegurarnos que esto suceda al pie de la letra. No podemos permitir que el pánico destruya nuestra frágil democracia. Toda acción gubernamental debe tener límites claros y temporalidades fijas.
No es que debamos desconfiar del gobierno, sino que debemos desconfiar todavía más de una ciudadanía temerosa, dispuesta a intercambiar libertades por seguridad. Lo importante es que al final de esta crisis nuestra democracia siga en pie, ya que muchos países no tendrán la misma suerte.
Una cosa es despertar y saber que el dinosaurio sigue ahí… otra muy distinta es encontrarnos a un gigantesco Leviatán.
¡Aguas!
Publicado originalmente en Vértigo