Cerraba mi columna anterior acongojado de que no había más que resignarnos y comenzar a recitar el libro rojo de Mao y esperar clemencia de los chinos, los nuevos amos y señores del mundo. Pero quizás exageré un poco, ¡porque aún existe esperanza! Y el Nuevo Imperio Chino podría derrumbarse incluso antes de alcanzar su infancia tardía.
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
Lo confienzo: algunas veces puedo ser hiperbólico en mis comentarios. ¿Por qué digo esto? Porque en mi columna anterior prácticamente concluí que todos deberíamos correr a aprender mandarín porque los chinos estaban a punto de conquistar el mundo y convertirse en nuestros jefes supremos. ¡Ni más ni menos!
No me faltaban argumentos: en los últimos 20 años, la economía de la República Popular de China (RPC) se multiplicó por casi 12 veces, pasando de tener un PIB de 1.09 billones en 1999 a 12.24 billones en 2017 (Banco Mundial). El presupuesto que dedica a sus fuerzas armadas también se quintuplicó entre el 2000 y el 2018, de 41 mil millones de dólares anuales (6to lugar mundial) a 239.2 mil millones de dólares (2do lugar).
A todo esto hay que agregarle el éxito abrumador que tuvieron para sacar a cientos de millones de personas de la pobreza; su capacidad para convertirse en la fábrica global de todos productos que consumimos; su dominio en tecnologías de la información, inteligencia artificial y aeronáutica espacial; y su proyecto global conocido como el Nuevo Camino de la Seda, que conectará a Europa con Asia a través de una red de carreteras, puertos, aeropuertos y otros mega-proyectos de infraestructura. Como les digo… andan bravos esos chinos.
En esa nota cerraba mi columna anterior, acongojado de que no había más que resignarnos y comenzar a recitar el libro rojo de Mao y esperar clemencia de los nuevos amos y señores del mundo.
Pero quizás exageré un poco, ¡porque aún existe esperanza! Y el Nuevo Imperio Chino podría derrumbarse incluso antes de alcanzar su infancia tardía.
La primera señal aparece en Hong Kong. Para cuando lean esto, las protestas masivas contra Beijing que iniciaron en repudio a una ley de extradición habrán superado los 210 días. Nadie sabe cómo terminará este congal, pero una reacción violenta de la RPC (ver: Plaza Tianamen) sería un devastador golpe para el “ascenso pacífico” que China quiere proyectar en el escenario mundial.
En economía, la realidad tampoco es color de rosa. El 18 de octubre se publicaron últimos datos y sorprendieron por su mediocridad: un crecimiento de 6% en el tercer trimestre, la peor cifra en los últimos 27 años. Numerosos analistas consideran que esto se pondrá peor, ya que la guerra comercial con Estados Unidos -causa principal del desaceleramiento- no parece tener un final.
Pero como indica el periodista Tom Mitchell en The Financial Times, quizá el mayor peligro para el ascenso de China venga de su mismo sistema autoritario que -irónicamente- dio origen a su éxito.
Para Mitchell, todas las broncas de China tienen algo en común: “surgieron porque el sistema autoritario puede ser excelente para construir infraestructura, reprimir a la disidencia y censurar el Internet, pero a menudo es inútil cuando se trata de pasar malas noticias por la cadena de mando”.
Esto genera una situación perversa, donde los altos cuadros del gobierno buscan proteger al presidente Xi Jinping , pero terminan traficando con mentiras, datos falsos y cifras maquilladas: una terrible manera de gobernar cualquier país, mucho más a la segunda potencia del mundo.
Pero haiga sido como haiga sido, lo indudable es que los problemas que afligen a la RPC -particularmente la falta de crecimiento económico- tendrán repercusiones similares en otras las latitudes del planeta. Pero mientras los chinos navegan sus galeones impulsados por un 6% de crecimiento, aquí sorteamos la tormenta en una panga que presume un 0.2% de expansión económica.
No somos nada… o quizás sí: un sueño extraviado.
Publicado originalmente en Vértigo