Dentro del pesimismo se encuentra la clave para sortear los cantos de sirena de la falsa felicidad y llegar a un puerto seguro.
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
Vivimos en tiempos ominosos donde la felicidad y el optimismo se presentan como los valores supremos.
En este torbellino escritores charlatanes se vuelcan a vendernos libros de “autoayuda”, políticos nos prometen imposibles paraísos y líderes económicos nos piden entregarnos al trabajo con amor para lograr no únicamente el éxito sino una felicidad holística perpetua. En pocas palabras, el mantra de moda parece ser: “Mereces cosas buenas, así que sé optimista y conseguirás lo que deseas”.
A nadie sorprenderá mi sospechosismo hacia las oscuras intenciones del optimismo desbordado. Creo que una de las mayores trampas de la cultura moderna fue vendernos la idea de que todo tiende a mejorar y que estamos en la ruta del progreso ininterrumpido. ¡Nada más falso!
Bien lo indica el filósofo Alain de Botton: la única verdad es que el caos y la crisis son la modalidad estándar del mundo. La vida es teatro del absurdo sin libreto; la felicidad, escurridiza y fugaz, y la Diosa Fortuna impone su voluntad, barriendo a un lado nuestras buenas intenciones. ¡Así las cosas, muchachos!
¡Pero no se depriman! Porque dentro de este pesimismo se encuentra la clave para sortear los cantos de sirena de la falsa felicidad y llegar a un puerto seguro. Les explico.