¡Ah, señores! ¡Qué hermosos los buenos viejos tiempos! Todo era solidaridad, hermandad y antiimperialismo yankee. Pero de vuelta al presente (y un infarto al corazón después) nuestro ya recorrido AMLO se levantará de su hamaca el 2 de diciembre, abrirá las ventanas de Palacio Nacional y verá un panorama totalmente distinto.
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
Quién sabe por qué somos así pero como mexicanos tenemos una fama ganada a pulso de siempre llegar tarde a los eventos sociales. En este caso la fiesta a la que arribamos con una década de tardanza es a la del populismo de la izquierda latinoamericana.
Porque estemos o no a favor de la llamada Cuarta Transformación de México la realidad es que el proyecto de Andrés Manuel López Obrador se percibe anacrónico y desentonado dentro del presente escenario internacional. ¿A qué me refiero?
Hagamos un ejercicio de imaginación y retrocedamos una década en el tiempo. Es 2006 y el presidente legítimo (ahora sí) es el mismísimo AMLO. A pocos días de iniciar su mandato presidencial ¿qué se hubiera encontrado en nuestra vecindad inmediata?
Nuestro flamante presidente de 53 años se hubiera encontrado con la decadente y libertina parranda organizada por la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y sus compinches.
Viajando al sur se hubiera encontrado con una Venezuela gobernada por el emperador Hugo Chávez, borracho hasta las chanclas de petrodólares. Brasil no cantaba mal las rancheras con el carismático Luiz Inácio Lula da Silva en el ápice de su poder. Más al sur hubiera visto a las pampas argentinas pisoteadas por Néstor Kirchner y su tétrica esposa Cristina.
En Bolivia el pintoresco Evo Morales gozaba de altísimos índices de popularidad. Chile tenía a una mujer de izquierda moderada en la figura de Michelle Bachelet. Ecuador se uniría a esta orgía de izquierdas con Rafael Correa a partir de 2007; Paraguay con Fernando Lugo en 2008, y Uruguay con José Mujica a partir de 2010.
Más cercano a casa AMLO hubiera compartido frontera marítima con el mismísimo comandante Fidel Castro, todavía líder supremo de su isla. En el patio trasero Daniel Ortega gobernaba con puño de hierro a Nicaragua.
¡Ah, señores! ¡Qué hermosos los buenos viejos tiempos! Todo era solidaridad, hermandad y antiimperialismo yankee.
Pero de vuelta al presente (y un infarto al corazón después) nuestro ya recorrido AMLO se levantará de su hamaca el 2 de diciembre, abrirá las ventanas de Palacio Nacional y verá un panorama totalmente distinto.
Próximamente Brasil será gobernado por un sicópata ultraderechista con tendencias homicidas. Venezuela es solo una sombra de lo que fue bajo el chavismo e implosiona en medio de una crisis económica y humanitaria sin precedente. Tanto Argentina como Chile giraron a la derecha tras gobiernos mediocres (Chile) y desastrosos (Argentina).
En Cuba Fidel Castro ya se nospetateó y Raúl, su hermano, está en retiro permanente; por si fuera poco, los cubanos buscarán con su nuevo presidente abrir espacios al libre mercado.
Evo Morales está a punto de causar una crisis constitucional al buscar reelegirse por cuarta ocasión. Nicaragua se hunde en el fango por la represión masiva de Ortega. Ecuador sigue en la izquierda pero en abierto conflicto con su antiguo patrón por la crisis humanitaria venezolana —incluso retirándose del ALBA por la negativa de Venezuela a tomarse con seriedad su desastre nacional y regional.
Es indiscutible: la bacanal de las izquierdas y del nuevo socialismo del siglo XXI terminó hace tiempo. Pero como buen mexicano AMLO llega tarde cantando a ronco pecho los cánticos revolucionarios del pueblo sabio.
Aunque ahora que lo pienso bien quizás AMLO solo esté rindiendo honor a José Alfredo con eso que decía de “no hay que llegar primero, sino hay que saber llegar”.