Uno puede entender el desprecio hacia las élites y el nuevo gusto por el populismo. Es evidente que millones siguen encabritados por el estrepitoso fracaso del establishment para predecir y remediar las consecuencias de la crisis del 2008: desempleo masivo, crecimiento paupérrimo, salarios estancados y un futuro incierto para millones de personas.
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
Al hablar sobre cómo todas las instituciones y autoridades financieras opinaban que el Brexit era una terrible idea, el entonces Ministro de Justicia británico, Michael Gove, sentenció: “la gente ya está harta de escuchar a los expertos”.
Esta frase resume el espíritu contemporáneo: un momento donde las actitudes peyorativas contra la élite se generalizan y el desprecio popular en su contra se traduce en anti-intelectualismo orgulloso y soberbio.
Este síntoma no es particular del Reino Unido. En el resto de Europa vemos a la racionalidad política deformarse bajo las oscuras fuerzas del populismo que manipulan los miedos sociales. En Estados Unidos, Donald Trump golpea el tambor de la ignorancia y el radicalismo que los Republicanos han tocado por años, traducido en un desprestigio hacia el establishment, el multiculturalismo y todo aquello que huela a “intelectual”.
Uno puede entender el desprecio hacia las élites y el nuevo gusto por el populismo. Es evidente que millones siguen encabritados por el estrepitoso fracaso del establishment para predecir y remediar las consecuencias de la crisis del 2008: desempleo masivo, crecimiento paupérrimo, salarios estancados y un futuro incierto para millones de personas.
Luigi Russolo - La Rivolta
Sin embargo, algo más perverso se gesta en el núcleo de este movimiento de protesta. Porque la desconfianza contra los “expertos” parece permear al mundo científico y académico. Esta visión anti-intelectual es promovida por políticos perversos –o simplemente idiotas- que usan el hartazgo social para erosionar la confianza en la ciencia y la racionalidad. La lógica es simple: si se logra desprestigiar la validez científica, más fácil será vender paraísos falsos y toda clase de propuestas estrafalarias.
Bajo esta visión retorcida, las conclusiones científicas se vuelven una opinión más, con la misma validez que una creencia subjetiva. De aquí que millones de personas sigan dudando del calentamiento global (más del 95% de los científicos lo aceptan) o crean que la migración hacia Estados Unidos está fuera de control (de hecho, está en su punto más bajo en décadas).
Y entonces… ¿qué hacemos para contrarrestar a este populismo anti-intelectual? Ante esta cuestión, el filósofo Karl Popper argumentaría que la barrera principal contra cualquier tipo de totalitarismo es la confianza colectiva hacia la razón y los principios neutrales de la ciencia. Si queremos que la polifonía de voces funcione en una democracia, todos debemos aceptar la racionalidad científica como plataforma común.
¿Y cómo lograr esto en el ambiente actual? Yo propongo que si el populismo se está imponiendo ante las viejas élites, la mejor forma de combatirlo será creando un nuevo estilo de populismo. Este populismo no deberá ser ni “progresista” (Chantal Mouffe dixit), ni mesiánico (AMLO et al.) ni “derechista” (Trump & friends), sino uno que combata a las políticas demagógicas de todo tipo y promueva las ideas que dieron vida a las democracias de Occidente. Porque si el populismo está de moda, entonces habrá que vender su mejor versión: un populismo basado en la razón y la racionalidad científica.
Eso sí… Los detalles de este proyecto se los dejo de tarea.
Texto publicado originalmente en Vértigo