Quizá sea tiempo de mandar al carajo la objetividad y comenzar a ejercer el poder que tenemos como comunicadores a través de las palabras.
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
Les presento una cuestión: ¿Deben los periodistas utilizar su lenguaje para combatir la violencia y la opresión en el mundo? ¿O debemos ser fieles a esa vieja esposa que llamamos objetividad?
La pregunta no es gratuita. A muchos nos enseñaron que la objetividad es pilar inquebrantable de nuestro oficio: una de esas cosas que nos hace sentir nobles; que nos exalta como profesionistas.
Yo seré sincero: creo que he sido un adúltero con la objetividad. Porque aunque sea una búsqueda loable, definitivamente es inútil como concepto por ser inalcanzable. Dejen me explico: al momento de buscar entender algún evento, debemos relacionar siempre esa información con nuestro bagaje cultural. Y en ese proceso, recurrimos invariablemente a preconcepciones, prejuicios, creencias, educación, supersticiones, etcétera. Sólo así podemos entender la realidad frente a nosotros.
¡Y no sólo eso! Pues una vez recopilada la información, debemos compartirla con la audiencia, utilizando –obviamente- el lenguaje: palabras que acaban por significar cosas distintas para cada persona. Y por si fuera poco, una vez que la audiencia recibe la información deben recurrir a sus propios prejuicios, sesgos, normas culturales, educación, etcétera, para procesarla. O sea... ¡No hay remedio!
Pero no seamos tan negativos, de acuerdo con el poeta y dramaturgo nigeriano, Wole Soyinka, los periodistas tienen una salida: utilizar el lenguaje como herramienta activa en su trabajo. Este premio Nobel de literatura argumenta que nunca debemos perder de vista el poder de las palabras, ya que el lenguaje es parte del “armamento” que tenemos para oponer resistencia ante la tiranía y la barbarie en el mundo. Soyinka toma como ejemplo al Estado Islámico, protagonista de incontables atrocidades en el Medio Oriente.
Frente a este agresor tan particular, cuestiona por qué los medios de comunicación (entiéndase nosotros) no han cuestionado elementos tan básicos cómo el mismo nombre de la organización.
Él dice que ante la búsqueda de una objetividad académica, hemos pasado por alto que al llamar a este grupo "Estado Islámico" sólo le estamos haciendo un favor, legitimando y normalizando a un agresor que no es “Islámico” y más bien una “corporación de homicidio anti-islámica”; y que tampoco es un Estado, sino un “grupo irredimible, sadista y obsesionado con la muerte (que) se complace con desestabilizar a Estados reales y exterminar poblaciones”.
De ahí que cuestione el interés de los periodistas por buscar la "objetividad" a toda costa, cuando tenemos el poder de socavar activamente a este grupo con nuestras palabras, ya que las personas bajo su yugo son incapaz de hacerlo. Bien dice Soyinka que "existe la libertad de expresión, pero también la libertad de elección al expresarse”.
Todo esto debe llevarnos a repensar aquellos los temas que tratamos de manera "objetiva" cuando en el fondo son indefendibles: dizque "maestros" mexicanos que no educan; "científicos" que niegan el cambio climático; "congresistas" que no representan a su electorado.
Quizá sea tiempo de mandar al carajo la objetividad y comenzar a ejercer el poder que tenemos como comunicadores a través de las palabras. O podemos seguir igual, buscando ser "objetivos" ante la ignorancia, la barbarie y la podredumbre que consume a nuestro mundo.
¿Qué opinan, señores?
Texto publicado originalmente en Vértigo