Si hacemos un análisis burdo de la historia, podemos construir un puente entre las drogas consumidas en un momento determinado y el espíritu social de una época.
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
Aunque se escuche tonto, les confiezo que durante gran parte de mi adolescencia solía idealizar a la cultura norteamericana de los años sesenta. Con mis credenciales de millennial -nacido en el oscuro año de nuestro Señor, 1987- jamás tuve ni el mínimo contacto con el zeitgeist gringo de aquel momento; aunque algo podía imaginar a través de la música de Bob Dylan, Jim Morrison, Janis Joplin –entre muchos otros- y las drogas psicodélicas consumidas para hacer eco a Timothy Leary: "Turn on, tune in, drop out".
Reconozco que es superficial etiquetar a un periodo histórico a partir de drogas y bandas de rock. Pero en ese momento percibía una desencanto con el presente mexicano, lo que me llevó a reimaginar un momento donde los psicodélicos, una música extraordinaria y un sentimiento de rebeldía eran tema de todos los días. Quizá a algunos de ustedes le pasó lo mismo…
Resultará sencillo pisotear mi ingenuidad adolescente, aunque pido un momento para proponer una idea interesante a partir de esto: porque creo que si hacemos un análisis burdo de la historia, podemos construir un puente entre las drogas consumidas en un momento determinado y el espíritu social de una época. Dejen explico:
Ya decía que en la década de los 60 dominaron los psicodélicos que pretendían “expandir la mente” y crear un mundo mejor; tras un predecible desencanto, los setenta vieron el auge de los quaaludes (un depresivo para dormir); los vertiginosos ochenta tuvieron a la cocaína como símbolo de los excesos; y la década de 1990 fue toda parranda, donde el éxtasis (metanfetaminas) marcaba el fin de la Guerra Fría y la victoria del consumismo Occidental.
Al seguir por esta línea de pensamiento habría que preguntar: ¿Cuál es la droga que define a Estados Unidos hoy y qué es lo que dice sobre su percepción del presente?
Después de investigar (y descartar a la marihuana, que jamás dejó de estar en boga) la respuesta es sorprendente: son ahora los opiáceos los que dominan la adicción en el Imperio Yankee, lo que revela a una sociedad tremendamente deprimida.
Basta ver el incremento vertiginoso en el consumo de la heroína y los analgésicos con opio (Oxycontin, etcétera) para saber que están frente a una verdadera epidemia nacional; algo que el gobierno ya reconoció.
Pero el mayor problema es el abuso de estas drogas: tan sólo en el 2014, se registraron más de 28,000 muertes por sobredosis con algún tipo de opio; unas 76 muertes al día. Este es un nivel de mortandad no visto desde la epidemia del SIDA hace más de dos décadas.
Y si no me creen que esto es un síntoma de una sociedad depresiva, basta enfocarse en sus cifras de suicidios, que ascienden a más de 40,000 al año (109 al día), lo que hace del suicidio una de las 10 causas principales de muerte en Estados Unidos. En contexto: la tasa de homicidios es de 5.1 muertes por cada 100,000 habitantes, los suicidios 13 por cada 100,000 habitantes. ¡Joder señores!
Así que hoy tenemos como vecinos del norte a una sociedad que muere en gran parte por sobredosis de opio o por suicidios: sin duda un terrible presagio para su futuro. Y con este desencanto total por el mundo, quizá no deba sorprendernos que busquen con esa nostalgia adolescente las épocas felices de su pasado; buscando de cualquier manera “hacer a su país grande de nuevo”.
Publicado originalmente en Vértigo