En ningún otro momento de la historia un candidato tan insano como Donald Trump había tenido tantos canales de comunicación para viralizar sus mensajes tóxicos.
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
La victoria de Donald Trump en las elecciones primarias representa algo más que el triunfo de la ignorancia, la estupidez y el racismo en Estados Unidos. Y aunque a nadie escapa que amplios sectores de la sociedad americana exhiben una sobredosis de estas tres condiciones, el éxito del magnate neoyorkino es más bien una victoria de algo distinto pero igual de perverso: el populismo mediatizado.
Obviamente es natural que los políticos utilicen los medios de comunicación para masificar sus mensajes: Roosevelt usó el radio durante los años 30; Kennedy aprovechó su galanura para sobresalir en la televisión; Obama utilizó las (entonces novedosas) redes sociales con gran éxito.
Pero es evidente que en ningún otro momento de la historia un candidato tan insano había tenido tantos canales de comunicación para viralizar sus mensajes tóxicos. Hoy las plataformas que Trump tiene a sus disposición (y el número de personas que tienen acceso a ellas) sobrepasan por mucho lo que vimos hace apenas ocho años.
A esto debemos sumar que pocos han sabido utilizar con tanta maestría a los medios de comunicación como nuestro amigo anaranjado. Desde el inicio de su campaña secuestró a los canales de noticias de 24 horas, los volvió adictos a los ratings que les generaba, y en el proceso también a nosotros, con sus cotidianos mensajes bombásticos, extremistas y estrafalarios.
Esto fue una estrategia maestra que le otorgó una presencia perpetua (¡y gratis!) en los medios, pero que también ayudó a legitimidad su mensaje hueco y populachero. Una vez que tomó el control de la agenda mediática, remató con mucho arte (de muy mal gusto) en Twitter, llevando su campaña al mundo surrealista de los programas de "reality"; insultando a sus oponentes políticos, aumentando lo grotesco y extravagante de sus comentarios, y promoviendo toda clase de conspiraciones reales o imaginarias. Nosotros como público sólo pudimos mirar su ascenso asombrados con horror y horrorizados con asombro.
Porque si alguien creyó que el mundo político terminaría por domar a este señor, la realidad fue precisamente la contraria: Trump llevó a la política a un viaje psicodélico, entrando en una vorágine de drama, suspenso, acción, sexismo, violencia y discriminación. ¡Igual que una buena serie de HBO!
Me queda clarísimo que el electorado estadounidense tiene numerosas razones para estar completamente encabritados y buscar acabar con el establishment: los políticos los han alimentado por años con promesas vacías y mentiras de todo tipo. Pero un rencor racional no debería tener una respuesta irracional.
Porque querer un cambio no significa que cualquier cambio es el correcto: como ejemplo tenemos a Venezuela, que por montarse sobre la revolución bolivariana terminó al borde de ser un estado fallido. Por si fuera poco, hace un par de días los filipinos eligieron a Rodrigo Duterte, alias “el castigador” como presidente; un personaje que se burla de las víctimas de violación sexual y promete asesinar en la vía pública a los corruptos, delincuentes y drogadictos. ¡Lo que nos faltaba, señores!
Es innegable que el sistema democrático ha dejado mucho que desear, incluso aquí en México. Pero al momento de buscar soluciones, sólo hay que asegurarnos que la cura no sea peor que la enfermedad.
¿Qué opinan ustedes?
Texto publicado originalmente en Vértigo