Seguro que muchos están pensando que la terapia de atenuación de crecimiento es algo barbárico e inaceptable. Pero basta con escuchar las historias de aquellos que han optado por esta terapia para entender sus razones.
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
Si platicas con cualquier persona responsable, todos aceptarán que cuidar a un niño es un asunto tremendamente complicado. Como padres, no sólo deben asegurar su desarrollo físico e intelectual, también hay que desembolsar una cantidad escandalosa de dinero para su bienestar, y supervisar día y noche al chamaco para evitar cualquier tragedia. Sin embargo, al final los niños crecen, se valen por sí mismos, y un buen día se van de casa para iniciar su vida independiente.
¿Pero qué pasa cuando esto no sucede? ¿Qué pasa cuando un hijo nace con un padecimiento que lo mantiene incapacitado por el resto de su vida?
Esta situación coloca en una encrucijada a miles de familias en todo el mundo. Porque es un hecho que cuando un infante sufre de daño cerebral severo (o algo similar) muy difícilmente podrá salir adelante por sus propios medios. De hecho, para estas familias el futuro se presenta doblemente complicado: por un lado deben cuidar a su hijo toda la vida; pero al mismo tiempo, van envejeciendo al tiempo que el niño crece, haciendo cada vez más complicado su cuidado.
Esta situación parece conducirnos a un callejón sin salida… ¿Pero qué opinarían si existiera un método para hacer que tu hijo fuera siempre un infante? ¿Inadmisible? ¿Algo estrafalario y absurdo? ¡Tranquilos, señores! Permítanme explicar…
Entra en escena la medicina moderna, la cual por medio de un proceso conocido como terapia de atenuación del crecimiento, puede evitar por completo el crecimiento físico de una persona. ¿Cómo diablos sucede esto? Pues de hecho es algo sencillo: basta con inyectar grandes cantidades de estrógenos a un infante, lo que permite el cierre epifisario prematuro (los cartílagos que se encuentran en los huesos de niños y adolescentes). Así, el sistema óseo interpreta el endurecimiento de los cartílagos como una señal de que ya ha crecido lo suficiente, deteniendo el desarrollo corporal, y haciendo que una persona permanezca por siempre de la talla de un niño pequeño.
Seguro que muchos están pensando que esto es algo barbárico e inaceptable. Pero basta con leer las historias de aquellos que han optado por esta terapia para entenderlos. Su argumento es que después de años de cuidado, las atenciones más simples hacia sus hijos (ahora adultos) –como bañarlos, vestirlos, cargarlos, o llevarlos al baño- se van volviendo prohibitivamente complicadas.
Obviamente esto ha causado gran controversia desde su aplicación hace un par de décadas, ya que los opositores consideran que al detener el crecimiento natural de una persona –sin importar su condición de salud- se está cometiendo un atropello total a sus derechos humanos.
Yo por muchos años (de hecho, hasta el día de hoy) he mantenido una postura contraria a la reproducción, precisamente para evitar la enorme responsabilidad de cuidar a un niño. Así que en este tema, me declaro incapaz de imaginar lo que significaría tener que asistir a una persona toda la vida, sabiendo que a pesar del amor o el cariño que le demos, jamás podrá valerse por sí misma.
Aún así, debo aceptar que la terapia de atenuación del crecimiento no me parece ni absurda ni escandalosa; y creo que debemos comprender a las familias que deciden aplicar este método, cumpliendo así con la canción de Bob Dylan que deseaba que su hijo fuera “por siempre joven”.
Texto publicad originalmente en Vértigo