Comer algunos tipos de lechuga es equivalente a masticar agua crujiente; pero el impacto ambiental y ecológico que requiere preparar una ensalada de lechuga es enorme. Por esta razón, tu ensalada de lechuga está destruyendo al planeta.
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
En este mundo moderno, resulta muy común caer rendidos y arrodillados frente a las ensaladas cuando nuestra vida ha pasado por un periodo de embarazosa glotonería o excesivos vicios. También estoy seguro que todos hemos sentido ese heroico virtuosismo cuando rechazamos las garnachas o las tortas por un gran plato de lechuga, el cual devoramos en la búsqueda de indulgencia por nuestros pecados de gula.
No obstante, queridos lectores, lo que muy pocas personas saben es que al dejarnos llevar por los cantos de sirena de ese embustero vegetal conocido como la lechuga, lo que en verdad logramos no es cuidar nuestra figura, sino contribuir a la destrucción del planeta Tierra.
Seguro que para muchos de ustedes esta premisa parecerá absurda o estrafalaria. Sin embargo, como bien lo argumentó el periodista Tamar Haspel en su reciente artículo del Washington Post, existen múltiples razones por las cuáles las ensaladas de lechuga deben ser consideradas el enemigo público número uno por todos nosotros.
En primer lugar, la lechuga es uno de los vegetales con menos valor nutricional en el mundo. Pensemos un momento en la lechuga iceberg (probablemente la más común en los supermercados): su composición es 96% agua, con algunas escazas vitaminas repartidas entre sus hojas. Por lo tanto, podríamos decir que consumir lechuga no es demasiado distinto a tomar un vaso de agua. Eso sí, para que la infame lechuga llegue a nuestra ensalada, fue necesario tomar enormes extensiones de terrenos para su cultivo, sumarle un inmenso gasto de agua para regarlas, para que finalmente podamos consumir algo que es prácticamente… ¡agua crujiente!
A este gastadero de recursos debemos agregarle la huella de carbono que involucra refrigerar nuestra crujiente agua por numerosas horas, así como la gran cantidad de gasolina requerida para transportarla desde el campo hasta los centros de distribución en las ciudades, donde terminará por ser consumida por millones de personas sin aportarles prácticamente ningún nutriente. Les repito compañeros: ¡esa maldita lechuga es una calamidad ecológica!
Ahora bien, estoy consciente que gran parte de los vegetales están compuestos mayoritariamente por agua, y que el 96% de agua en la lechuga no es un problema en sí mismo. Lo que quiero subrayar aquí es que estamos desperdiciando una enorme cantidad de recursos para consumir alimentos que contienen tan pocos nutrientes como un pedazo de cartón.
Porque la lechuga no es la única culpable en todo esto. Para encontrar más vegetales embusteros, sirve mucho revisar el análisis nutricional desarrollado por Charles Benbrook y Donald David. Su estudio nos permite ver a detalle cuáles de los vegetales que consumimos periódicamente son una falacia nutricional. Y en el fondo de su lista de nutrición aparecen otras verduras junto con la vapuleada lechuga: los pepinos, los rábanos y el apio. Todos ellos vegetales muy comunes en nuestras ensaladas que al final son también aspiradoras de recursos naturales con un escasísimo valor nutricional.
Todo esto es relevante porque nos encontramos en un punto de nuestra historia donde cada día requerimos encontrar mejores maneras para alimentar a todos los seres humanos –recordemos que somos más de 7 mil millones de personas en el mundo-. Por lo que resulta verdaderamente absurdo continuar plantando, regando, cosechando, y transportando esas miles de toneladas de agua crujiente a nuestros platos.
¿Qué debemos hacer entonces? ¿Acaso esto significa que estamos condenados a una vida de obesidad y de fritanga? ¡No, queridos amigos!, no debemos caer en la desesperación o en el nihilismo. Porque por fortuna, existen muchas opciones que son infinitamente más nutritivas que la lechuga y los apios, y que incluso hacen una mejor ensalada bajo cualquier medición. Y para esto, no hay que mirar más lejos que la espinaca y la col rizada (kale, en inglés).
Así que ya saben la respuesta a este dilema. Pero si ustedes quieren seguir consumiendo lechugas y pepinos, y arruinar en el proceso a nuestro planeta con sus egoístas decisiones, pues no queda más que desearles éxito en enflacar esos tres kilos extra que traen encima. Y sí… supongo que nos veremos pronto en el apocalipsis ecológico que han desatado.