Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale sólo uno. O mejor aún, no le des ninguno.
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
Similar a estos sistemas políticos dictatoriales, en las sociedades contemporáneas se ha gestado un modelo que podría clasificarse como “la dictadura cultural de las masas”. Bajo este régimen cultural, una élite ostenta el poder para manipular, promover y masificar ciertos mensajes culturales, todo bajo la ilusión de estar “satisfaciendo” los deseos de la sociedad.
A partir de esto surge una pregunta obligada: ¿cuáles constituyen los verdaderos deseos de la sociedad? Para evitar aquí violencia innecesaria contra mi argumento, creo que es posible generalizar burdamente y concluir que existen tres constantes innegables que se presentan en la mayoría de los individuos: la búsqueda de la felicidad, la búsqueda del placer y la búsqueda del entretenimiento.
Incluso podríamos ir un poco más lejos, como lo hizo Ray Bradbury en su novela Fahrenheit 451, y aventurarnos a decir que la mayoría de las personas buscan la felicidad casi exclusivamente a través del placer y el entretenimiento.
Con tan solo observar brevemente a la sociedad en la cual vivimos, podemos rápidamente concluir que este argumento es a todas luces factible. Sin pretender aquí hacer juicios de valores moralistas, me parece correcto afirmar que en la búsqueda por la felicidad, la gente no duda en atascarse de música pop, literatura barata, telenovelas, revistas de farándula, filmes de Michael Bay, comida chatarra, Deepak Chopra… Todo esto nada más que diversos caminos para encontrar “la felicidad” por medio del placer y la diversión.
Ray Bradbury lo explica maravillosamente en su libro a través del personaje Beatty, el jefe de los bomberos encargados de quemar libros. Argumenta Beatty:
“Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale sólo uno. O mejor aún, no le des ninguno. (…) Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando la letra de las canciones más populares, o los nombres de las capitales de Estado, o cuánto maíz produjo Iowa el año pasado. Atibórralos de datos no combustibles, lánzales encima tantos «hechos» que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse. Y serán felices, porque los hechos de esta naturaleza no cambian. No les des ninguna materia delicada como Filosofía o Sociología para que empiecen a atar cabos. Por ese camino se encuentra la melancolía. (…) Así pues, adelante con los clubs, las fiestas, los acróbatas y los prestidigitadores, el sexo y las drogas, más de todo lo que esté relacionado con reflejos automáticos. Si el drama es malo, si la película no dice nada, si la comedia carece de sentido, dame una inyección de teramina. Me parecerá que reacciono con la obra, cuando sólo se trata de una reacción táctil a las vibraciones. Pero no me importa. Prefiero un entretenimiento completo.”
No hay duda que la intelligentsia de la tiranía cultural de las masas lleva décadas sabiendo esto y lo ha explotado al máximo; basta mirar rápidamente la programación en la televisión para darse cuenta de esta realidad. Pero como se mencionó anteriormente, es importante recordar que la base argumentativa que utiliza dicha intelligentsia es una imitación de los modelos dictatoriales exitosos: simulan ser simplemente la manifestación de la voluntad del pueblo; ellos simplemente están ofreciendo lo que el público quiere y desea, aunque son ellos mismos los que les han impuesto qué desear y qué querer.
A pesar de la abrumadora influencia de la dictadura cultural de las masas, no todos se han dejado engañar tan fácilmente. En contraposición directa a este modelo, existe un bando contrario que, aunque mucho menos numeroso, pretende neutralizar su autoridad. Este reducido grupo es la “élite cultural ortodoxa”, quienes consideran que su oferta cultural es por mucho superior a la que ofrece su rival. La élite cultural ortodoxa considera que, si tan sólo pudieran eliminar a la cúpula perversa que controla los medios de comunicación (a los Murdoch, los Azcárraga…), la verdadera democratización de la cultura terminará por imponerse.
Sin embargo, esto parece ser una ilusión. Porque en su intento por aumentar la calidad de los contenidos mediáticos y de la oferta cultural, la élite cultural ortodoxa termina por transformarse también en un rígido modelo dictatorial. La élite cultura ortodoxa impone también sus dogmas y cánones, mantiene su códice de literatura permitida y literatura chatarra; de arte tolerado y arte decadente. Incluso un Pantheon donde los dioses intelectuales mantienen su poder, influencia y vigencia después de la muerte.
Y cuando la élite cultural ortodoxa habla de la “verdadera democratización” de la cultura, lo que no reconocen es que ellos mismos se han tendido una trampa. El periodista Sergio Sarmiento, con cierto humor ácido, escribió acerca del significado de la “verdadera democratización”, particularmente en el caso de los medios de comunicación masiva.
“Una televisión democrática sería, me imagino, una en que la programación fuera definida por las preferencias de la mayoría. Llevaría, de hecho, a una verdadera dictadura del rating. Según el blog Ratings México los programas más vistos en la televisión mexicana son las telenovelas de Televisa Porque el amor manda y Amores verdaderos que se transmiten por la noche de lunes a viernes. En las tardes reina la peruana Laura Bozzo con su programa ahora llamado simplemente Laura. La selección nacional de futbol suele también conseguir los niveles más altos de público. Una televisión realmente democrática tendría solamente programas de alto rating.”
Así pues, como resultado final de todo esto embrollo, me parece que la sociedad ha terminado por quedar atrapada en una realidad bipolar, completamente a merced de dos modelos dictatoriales opuestos: por un lado, un modelo de corte populista que dice representar la voluntad y los deseos de las masas; y en el polo contrario, un modelo de corte liberal que dice representar lo mejor para la sociedad por medio de una alta cultura que (según ellos) representa el ideal al que todos deben aspirar.
Sin embargo, a todos los miembros de la élite cultural ortodoxa les digo, (e incluso cuando yo me identifico con ellos): me parece que la guerra está perdida y no tengo duda que la victoria y el avance de la dictadura cultural de las masas es inevitable. Las consecuencias de esta realidad ya fue presentada por Ray Bradubury: una sociedad donde los libros son vistos con asco y la sociedad se idiotiza con amigos virtuales en televisiones del tamaño de paredes completas.
Muchos podrán considerar esto exagerado. Hoy todos damos por hecho que la filosofía, la literatura, la historia y las bellas artes persistirán por siempre. ¿Pero es coherente afirmar esto? Si consideramos que la mayoría de las universidades tienen relegado el estudio de las Humanidades y que la mayoría de las personas se encuentran muy conformes con la cultura chatarra, creo que en realidad todo apunta hacia la dominación absoluta de la dictadura cultural de las masas.
Es posible que nos encontremos viviendo en una de las últimas generaciones donde la élite cultural ortodoxa tenga un poder o una influencia real. Quizá en un futuro, cuando el reino de los pazguatos se encuentre entre nosotros, los canales de televisión que enseñan historia comenzarán a tratar conspiraciones alienígenas, o quizá en las bibliotecas coloquen a Paulo Cohelo y a Rhonda Byrne en la sección de Filosofía o Psicología.
O quizá esto ya sea una realidad…