Para el mexicano, la vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado. Es decir, de humillar, castigar y ofender. O a la inversa. Esta concepción de la vida social como combate engendra fatalmente la división de la sociedad en fuertes y débiles. Los fuertes —los chingones sin escrúpulos, duros e inexorables— se rodean de fidelidades ardientes e interesadas.
Texto por: Juan Pablo Delgado Cantú
Un joven
Octavio Paz ya había revelado esta peculiaridad social, la cual plasmó de forma
inmejorable en su Laberinto de la Soledad:
“Para el mexicano, la vida es una posibilidad de
chingar o de ser chingado. Es decir, de humillar, castigar y ofender. O a la
inversa. Esta concepción de la vida social como combate engendra fatalmente la
división de la sociedad en fuertes y débiles. Los fuertes —los chingones sin
escrúpulos, duros e inexorables— se rodean de fidelidades ardientes e
interesadas.” Para Octavio Paz, esa mesnada que
rodea a los chingones, los ardientemente
interesados en su poder, son clasificados como lambiscones.
Incluso con el
paso de las décadas, la regla utilizada para medir a los chingones se ha
mantenido sin muchos cambios. El chingón sigue siendo el político ágil y astuto
o el empresario sagaz y exitoso.
Una ligera
modificación sí ha sucedido, pues la lista de quiénes pueden ingresar al club
de los chingones se ha ampliado. En la percepción popular actual, cualquier persona
que muestra genialidad y virtuosismo se hace acreedor de este título; ya no se
requiere ser duro, inexorable o sin escrúpulos. En este nuevo grupo podríamos incluir
a ciertos artistas, inventores o científicos que por su talento o
descubrimiento pueden ostentar su trofeo de chingón.
Si
consideramos válida la división social entre chingones, lambiscones y el resto,
nos percataríamos de que aún queda un grupo de personas sin clasificación. Esta
demografía huérfana y perdida son los chingoncitos.
Los chingoncitos
son un grupo miserable de individuos. Son imitadores, impostores, charlatanes y
embusteros. Un chingoncito no tiene talento alguno, pero se desenvuelve y actúa
en la sociedad como si irradiara genialidad. Es un bufón que de pronto ha
querido actuar con seriedad.
El chingoncito
comparte algunas características con el lambiscón. La principal diferencia
entre ambos siendo que el lambiscón busca apasionadamente el poder, mientras
que el chingoncito cree ya haberlo conseguido.
El chingoncito
es también un ser cruel y despiadado. Niegan su miseria por medio del abuso y
reafirman su identidad oprimiendo a los más débiles. No entiende cómo funciona
el Poder, y utiliza el poco que tienen para tiranizar y humillar. Sin este
comportamiento, el chingoncito no tendría otra razón para existir.
Todos conocen
por lo menos a un chingoncito y su presencia nunca pasa desapercibida. El
chingoncito es el niño con dinero (pero sin logros de vida) que considera su
posición social como medalla de realización social; es el jefe en un trabajo
que con un puesto indigno aterroriza a sus empleados; es el policía que utiliza
su puesto mediocre para abusar de algunos migrantes centroamericanos.
Todos ellos comparten
la misma característica, la creencia de su total y absoluta superioridad. Con
el poco poder que les otorga su dinero, su placa policiaca o su puesto laboral,
se sienten realizados. Creen que a pesar de su vulgaridad, ellos lo han logrado en esta vida.
Los
chingoncitos son una plaga que ha torturado a la humanidad durante siglos. Su
existencia se remonta al comienzo de la Historia y jamás deben considerarse
como un fenómeno reciente.
Aunque siempre
existirán los chingoncitos, existen también muchas defensas contra ese ser miserable,
las principales siendo la indiferencia y la burla. El chingoncito no puede
vivir sin su narcisismo y la percepción de que es blanco de admiración general.
Otras veces, el final del chingoncito llega cuando se enfrenta a un verdadero
chingón, quien con poco problema lo aplasta y destruye su fachada.
Por lo pronto,
al resto de nosotros nos queda el tolerar la existencia del chingoncito, como
toleramos a las moscas que intentan arruinar una amena comida con vino tinto entre
amigos.